Monday, February 18, 2008

No Hay Prosa (como queriendo vomitar)

El señor que se encarga de apagar la luna por las mañanas empieza a trabajar, temprano por la tarde, al caer el sol... sobre tu cabeza. Suenan algunos relojes, despertadores vacíos, a lo lejos: como un ave maría mal recitado, de forma descontrolada, en momentos no católicos, cuando apostamos por correr, salvando con cuidado nuestro ausente corazón, porque es más lindo así.

Mientras, algunos vuelan su cabeza. (bang)

La familia Sánchez está atrás, yo estoy aquí, con otros muertos solos, medio locos por las cosas pares que contamos sin cesar. Algunos creerán que he encontrado la paz, pero por algún extraño motivo no puedo evitar decir; mordiendo mis ojos para no llorar: odio que las cosas siempre estén en el último lugar en que las busco. Sería más sencillo al revés.

Los muertos:

Con ese defecto característico en nuestros ojos, mirando hacia lugares distintos, cuando realmente vemos un solo lugar. Todos tuertos y descalzos, buscando gotas caídas de tu cuerpo, notablemente imperfecto, como los que me enloquecen al pensar; flotamos.

Quién diría que yo algún día, me iba a volcar (sin hacer movimiento alguno, sin mirar mis espaldas, ni las armas escondidas en casa, por si algún día se me complica todo y se vuelve necesario escapar), sobre mi cuerpo inmóvil, escribiendo en mi computador, desangrado.

Cosas de cobardes.

Enciendo el televisor hasta enloquecer, hasta perder la razón, de la misma forma en que te perdí a ti...

Mirarme, por cuestiones de actitud y falta de personalidad.

Seguramente miles de personas mueren mientras leas está línea.

Los muertos morimos de frío y de ganas morir.
Los muertos andamos despacio, evitando deshacernos y dejar nuestras carnes podridas por ahí.

A veces, en silencio, entonamos canciones de verdad, cuando el señor dios se encarga de otras cosas y nosotros nos podemos divertir. Me han dicho que en otros lugares los muertos aún pueden hablar; moriría por estar allí y decir todas esas cosas que disimulo como idiota, por temor a tus espaldas, giradas rotundamente ante mis ojos, segundos después de escucharme hablar.

Los muertos mueren dulcemente, soñando siempre con poder vivir, todos los días, todas las noches, todos los besos y las caricias que dejé en tu cuerpo.

Eso y algunas cosas más, mientras el señor dios continúa distraído y en una esquina de el cementerio, los muertos más jóvenes se drogan, después de hacer el amor.

El muerto, es un tipo de considerable acción, la prosa en sus manos; sus manos, en cualquier lugar. Se queja por las noches de la soledad, de un cementerio tan complejo, de otros muertos de mal olor... dice cosas alocadas, como queriendo vomitar.

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