Thursday, March 20, 2008


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Tus huesos:

Cuánto ha quedado atrás, mis ganas de abandonarlo todo, mis días autodestructivos; incluso el ruido ha quedado en silencio, pero no me logro convencer.

Tus huesos van por ahí, como narcotizados, adulando las miradas más rojas que sobre ellos se posaren; tambaleándome al pasar frente a mi, lanzándome contra la basura, como un mamífero volador activado frente a los acontecimientos. Tu y tus huesos están en mi contra, porque corren en reversa cuando estoy cerca de ti, porque esquivan mis palabras y me intentan atrapar por los pies, mientras duermo por las noches, o al menos intento dormir. Porque te transformas en todas las cosas extrañas que me suceden, haciéndome sentir intoxicado, intentando respirarte en el aire, inventándome olores de ti. Deberías estar muerta.

Empiezo a caminar muy lentamente, como un robador de bancos tratando de guardar prudencia, antes de recibir seis tiros en el pecho y dos en la cabeza; por eso corro para no amontonar silencios; corro y me estrello en cada esquina, con los autos, si no se mueven y las panaderías; con las mierdas en la acera, con los malditos policías; las aves inconscientes que se incineran frente a mis ojos. Como en “Capricornio Fire”... otro lugar especial; donde las canciones también se acaban y se pierden al ser castigadas por dios y tus creencias, tus dedos y tus obscenidades apasionadas.

Aparecen sonando trompetas, por sobre todo lo demás; cientos de caballos, cabalgados por valientes asesinos de carne y hueso, como tus huesos; miles de ellos ebrios, con sed de mal, angustiados por sus pecados y por la manera desvergonzada en que nos tocamos y olvidamos como hablar; no están. Y las trompetas no los anuncian, porque está de más, aunque los siga imaginando aparecer, cabalgando las paredes de mi edificio, dejándose entrar desde mi balcón, a una muy borrosa velocidad.

Borrosa como los cables en mi memoria, encargados de unir mis recuerdos con alguna ciudad, algunos rostros, algunas formas de comunicarse... algunas veredas que casi no están.

Yo siempre me escribo cosas en las manos, para así recordar... pero en algunos lugares las palabras no quieren decir nada y no puedo entender lo que digo, por más que me esfuerce y me tiré en el piso a quejarme, hasta de tu presencia.

Yo siempre respiro aunque no pueda respirar, se ha vuelto una forma confiable de mantenerme vivo, en estos momentos en que todo parece lanzarse contra mi cuerpo: las tazas, las plumas y las latas vacías de conservas que a veces compro en el chino de la esquina.

Yo siempre le pido a la gente que no diga nada, pero detesto sus silencios ilimitados, sus palabras a medio decir y muchas cosas más; a mí, por detestar esas cosas absurdas que se me ocurren, por pedirle a la gente que no diga nada, cuando tal vez muero por escuchar cualquier bestialidad.

Yo siempre escribo objetos de los que no estoy seguro, porque de los que estoy seguro me quiero equivocar; aunque algunos sigan prefiriendo volarse la sien y me digan lo contrario, yo también digo lo contrario, porque es más divertido no estar seguro.

Yo siempre me detengo en las esquinas a comprar cigarrillos, aunque no haya dónde comprarlos... y (llamémoslo) Douglas, el tipo de esta historia, lo suele hacer también.

Su cama no tiene sábanas, su cuerpo tampoco; sus pies andan descalzos, hasta que se calza para no estar más así, se ha clavado pequeños pedazos de vidrio, de algunas botellas o vasos que se hayan podido haber roto. Algún momento de alcohol. Las gotas de sangre siempre acabaron temprano, las cicatrices se van sanando con el tiempo y después ya casi nada importa; yo también uso zapatos sólo por protección o por frío... o vergüenza, no sé.
Ha pasado mucho tiempo desde que no llamó a casa, nadie parece esperarlo, nadie parece entender su idioma, lo que dice se vuelve inestable, voltea la cabeza a cada instante, para atrás, pero nunca nadie gritó su nombre. A veces, tropezando, camina hacia cualquier rincón y en el piso, si es de madera, se tumba a pensar en números y voz alta y se fuma sus cigarros mal armados... y se fuma los cigarrillos de los demás, separa las ideas no con comas, con íes griegas, porque le gusta la mitología, aunque no sepa nada de ella, ni siquiera dónde está Grecia, ni mucho menos qué es.

Opina que las cucarachas son aves y desea, absorto, escucharlas cantar. Quisiera ser como una de ellas y volar por los cielos blancos, surcando las nubes celestes; esperando la noche por siempre, para aturdido acostarse a dormir. Las cucarachas pisan sus platos mal lavados y eso a él le parece complicado; va y se afeita como de costumbre, por si se presenta alguna nueva despedida, o algún idiota capitalista intenta contratarlo para trabajar.

Algún día dejará de hablar frente a los espejos colgados al revés dentro de su ducha, esperando que le respondan sonoramente, a los movimientos desquiciados, que al bañarse intenta hacer; pero es alguien inflexible y cada tanto se logra lastimar, hasta quedar sin manos para sostener los tenedores de comer, hasta quedar sin tenedores de comer, hasta quedar sin comer; caer desplomado en el piso y no llegar nunca hasta él.

En casa hay un ventilador de techo que está en el piso; un colchón roto a punto de volar por la ventana que da a la calle Ecuador y una lámpara que ilumina mucho y que no estamos acostumbrados a utilizar, tal vez para no ver algunas cosas y convencernos de que no están.

Douglas abre lentamente la puerta de su casa para salir, va descalzo, por protección. En sus manos: los cigarros. Las llaves las ha dejado adentro, por si decide no volver. Baja las escaleras, no el ascensor; Sale a la calle, no al ascensor... y se despide, por si decide no volver.


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