Friday, August 3, 2007

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el calor cuando no está.

Los soldados de mi habitación van quemando, de a uno a mis mejores amigos. Yo permanezco callado, en la cruz de madera que está en la esquina antes de entrar en el baño de mi casa. En la otra pared hay un cuadro muy pequeño, algo viejo y con el vidrio sucio, dentro, un rostro con aspecto de mariposa o una mariposa con aspecto de rostro, nunca lo supe.

Uno de esos tipos, vestidos de verde, entro a mi habitación, haciéndose pasar por dios, disparó justo en mi frente, antes de yo poderlo ver con mis propios ojos y los de mis amigos, quienes estaban conmigo. Cientos de ellos entraron marchando a mi habitación, miles, millones. Todos mis amigos morían, yo a veces no respiraba, sólo no quería ver. Los tipos de verde se mataban entre sí, mi pequeña habitación apestaba de sus cientos de cuerpos inmóviles, miles, millones.

Me preocupa que mi viejo cuadro se haya manchado de sangre y que mis amigos no estén para ayudarme a reparar los daños.

La noche está casi tan fría como mi habitación y el cielo, que está llorando, no calma el tormento de los cuerpos sin caricias, canciones por doquier, todo rojo, muy rojo.

Abrázate que hace frío y la vida está dura. detesto estas vainas.

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lo sabes bien, hago cosas con poco sentido.

me doy cuenta de mis errores y de los tuyos también, es entonces cuando pienso: es hermoso poder imaginar que hay un momento para estar bien o al menos inventarlo. el aburrimiento te destroza y los momentos inútiles van cavando un agujero del que hay que tener mucho cuidado, yo por ejemplo miro tus ojos y a veces me siento mejor.

Ya no más preocuparnos por saber si está todo bien, simplemente disfrutemos y de vez en cuando escuchemos canciones profundas y melancólicas. Te aseguro que así está todo bien para mi y sé que para ti también.

No tengas miedo nena, sólo trato.



Los rotos capilares de tus ojos no saben las cosas que yo hago para lograr no pararme en la ventana a ver a la gente que no pasa. La luz es contrastada, es una tarde gris y lluviosa, desde esta ventana se ve la pared amarillo limón, con vivos verdes en el balcón. A su lado, las paredes de piedra, con un graffiti en piel, que retrata un intestino.

Yo no sigo en la ventana, se interponen los cables del tendido eléctrico y ramas en los árboles cercanos, dan ese toque natural que ilustra algunos barrios.

No pasa nadie por la calle, las gotas de lluvia caen fuertemente. No veo la ventana.

Entonces, subjetivamente entran unas manos en mi campo visual, desaparece la barrera que me identifica de los objetos y me convierto en ese columpio de madera y hierro sobre el cual me mecía cuando era pequeño; se mueve haciendo pausas repentinas al ritmo de una canción, cada vez es más grande, el columpio, yo. Cada vez soy más pequeño, el niño sobre el columpio, yo. No sé por qué.

Las caricias del viento son placenteras, mi cara se deforma al darme cuenta de que allá arriba está la ventana.

La lluvia me moja los zapatos y las personas que se asoman desde esos tragaluces de todos los días me miran como si no existiera. Vaya que he imaginado estar dentro de la ventana, también fuera, junto a ella; y mis pies, sobre la nada.