Friday, May 2, 2008

Como el tono dulce de un tomate, junto a un cremoso pedazo de queso, del barato, demasiado artificial, existencial, anticuado. A cada instante de la vida, se nos ocurre vomitar.

De cierto modo pierdo el tiempo, enchufado a vasos simples, con agua o algún líquido pastoso, de los que sirven en los bares vacilantes, a los que un perdedor suele ir, a enloquecer de manera alcohólica, efervescente como mi sangre, estimulada por los besos y caricias de alguna chica que pasa por tu vida, sobrecargada de vitaminas para aguantar la presión.

Que igual estalla, en pedazos animados, irrisorios; como días de decadencia y muchos nervios.

Las zapatillas de alguien van danzando bajo las gotas de agua que caen por placer; sus cordones te atan de pies y manos, haciéndote caer, para volverte a levantar y tal vez, continuando tu día a día, enmascarado por ahí.

Sientes que todo te agobia, te asustas al verte “pensando” como un animal mecánico, que sólo sabe pelear y escapar; no existe nada más: escapar y pelear; todo a la vez, para hacer las cosas más confusas, las cosas de las que siempre hablo.

Me preocupa el sólo hecho de actuar, de ir frente a la gente sin saber quién diablos soy, es peor así, cuando todos te conocen menos tú y nadie se sorprende por tu acento extraño y por la forma en que gesticulas al hablar, a mi personalmente me parece idiota.

Otros te cuestionan tantas cosas a la vez que te aburren, te cuesta tanto mirarlos a la cara sin decir: “demonios!”

Otros ni siquiera te cuestionan, esos son más aburridos, porque no tienen nada para peguntar, cuando todo parece terminado, parecen amar permanecer, no morir nunca, salir a comprar los domingos comidas rápidas, imaginarias, como la que comen aquellos que te quieren matar, por los ojos que no cambiarán, yo te lo juro.

Muchas miradas penetrantes te hacen buscar en todas partes: debajo de tus medias tiradas en el piso; en las drogas de tu amigo; a la salida del subterráneo. En cualquier lugar.

Basta de no estar junto a nadie, basta de haber vivido entre tantas cosas de las que no me arrepiento, pero pude haber evitado, por no elegir dormitar, de seguro por mi miedo a las cosas oscuras, o por temor a no despertar.

Yo, ese día recuerdo, después de haberme inyectado, creer no estar, pensar no amanecer, dejar repentinamente de respirar y morir atragantado, mientras muchas arañas, o cerdos, no recuerdo bien; se me aproximaban de manera entrecortada, como una taza de café, cuando se ha roto en mil pedazos, o en mil setenta y tres.

Yo hice muchas cosas malas en mi vida, me sentí de mil maneras diferentes, o mil setenta y tres... tal vez más. Yo hice muchas cosas buenas en mi vida, me cuidé de los caramelos en la calle, en manos de personas extrañas que tanto quieren hacerte mal, respeté a las cosas que creí personales y trascendentes, no se confundan por favor; la cuestión es trascender, transgredirte el rostro, desfigurarte la piel, hasta borrar tu actualidad, volviéndola algo del pasado, junto a las cosas que no volverán; como los insectos que se mueren, porque ya no pueden vivir.

Como tomar insecticida para perder eternamente los días : debajo de tus medias tiradas en el piso; en las drogas de tu amigo; a la salida del subterráneo. En cualquier lugar.

Me siento disperso, como decapitado, dando pasos esquivos, silenciosos... como pasos de decapitado.

Pasos de decapitado.

A través de las ventanas de vidrio del lugar donde trabajo he visto muchas cosas este año: cobardes en busca de algunas monedas, refugiados en un pedazo de metal que deberían conservar en el culo, en lugar de andar por las calles, jugando con la jodida vida de los demás. A menudo me incomodan muchas actitudes de las personas, actitudes de las que seguramente yo también soy preso, por mi búsqueda líquida de las que no lo son también, nadie me dijo nada respecto a “no ser humano”, ni los niños de la calle, ni las chicas de los demás; de ninguna manera, tal vez después.

Otros entran y no dicen nada, al fin y al cabo nadie les pagará por hablar. Parecen no sentarse cuando se sientan, parecen no hablar al hablar; mis manos se queman con el vapor de la humeante máquina para concretar cafés, que nunca llegan a nada, personas que vienen y van, personas en busca de pan, miles de personas, con armas o si ellas, eso ya me da igual.

Algunos no comen y otros comen de más, funcionan, considero que no todos de la manera correcta, tal vez muy pocos, casi ninguno; al menos para mi.

Me canso de estar parado del otro lado de la pared de vidrio por donde pasan los que no entran, por donde caminan los que no están; los que dicen saludarte y los que llevan prisa; los que están de vuelta; los de cabello azul... o los que no tienen cabello. Me canso: de los que no vienen a visitar; de los que vienen y después se van; de los que dan vuelta como torbellinos frente a mis ojos, cuando me dicen muchas cosas a la vez y no me puedo concentrar.

Me asusta mucho la idea de perder la cabeza, de caminar sin equilibrio por las calles camino a casa, de tener un espacio vacío sobre mi cuello, de no poder pensar.

Decapitado se me complicaría un poco la vida, volverían mis problemas de salud dental, mis adicciones a “las cosas que no se tocan”, la incertidumbre del querer no estar y no enfrentarte nunca y muy seriamente con todo lo que buscas olvidar, a toda costa, incluso la de los demás, los malditos demás que tanto me confunden y me hacen preguntarme estupideces, una y otra vez.

Los que no comen mientras parecen hacerlo, porque le roban la comida a los demás, los malditos demás que tanto me confunden y me hacen preguntarme estupideces, una y otra vez.


No estoy de acuerdo con trabajar el primero de mayo, porque me gustan las cosas sencillas.

PD: a.h.! que descanses en paz.
Para dos.

En la tina de baño que está en mi casa hay algunos lugares donde se estanca el agua; y si no tienes cuidado te puedes ahogar, principalmente en las noches, cuando todos duermen y nadie escucharía tus pataleos de ahogado para poderte ayudar; sobre todo en las esquinas, donde el jabón parece flotar en el aire, pero no. Algunas personas sonrieron tenebrosamente, por temor a que las cosas que pasaron, no hubiesen pasado, aún cuando el día era oscuro y se notaba claramente, por los pájaros sobrevolando, que la lluvia sería implacable y que los autos sobre las calles húmedas de la ciudad, resbalarían hasta matar a miles de personas, aplastándolas contra cualquier cosa estática, como los otros autos, los estacionados, o las casas de los demás. La televisión me pone muy nervioso, pero serviría para que todos se enteraran, de los autos asesinos, que parecían bailar al estilo criminal, para un lado y para el otro. Como los que bailan rock & roll, haciendo el amor completamente vestidos, hasta rasgárseles el alma, mientras escuchas tus tímpanos sangrar.

Cada gota parece romperse en mil pedazos, al chocar contra mi cuerpo, como una bomba... cuando estalla:... boom(muy calladamente). Para no despertar a los que duermen, pues se pueden enojar y matarnos, como se mata a los molestos.

En días como estos un viejo camina descalzo, pisando los restos de excremento y las colillas de cigarrillo que arrojo desde mi balcón, contra el farol que está encendido todas las noches frente a él y luego cae al pavimento, como lo hacen los humanos cuando no pueden escapar.

En esa parte del barrio se escucha siempre la misma canción salir, tétrica y meliflua como en antaño, como los colores improvisados. Quienes la tocan no interesan, pues son tres pobres hombres, hermanos de sangre y algo más, que se maquillan para ocultar sus rostros de persona, porque le huyen a la realidad y sonríen cuando están solos y lo harán hasta morir. Porque saben demasiado, tanto que lo han ido olvidando poco a poco, todo. Admiro sus agallas y los secretos que cambian diariamente, dentro de las notas de su anochecida canción, que se parte en pedazos, al pie de mis palabras, que están aprendiendo a caminar.

Escupo en la pared. A veces me sangran las encías; a veces me doy la vuelta y me retiro y a veces no. Camino con los ojos abiertos, hasta no poder dormir y me lavo las manos, porque estoy enfermo: porque las siento sucias, cuando no lo están.

Por eso bailo en la bañera, antes de que se estanque el agua y se vuelva peligrosa, antes de pisar el jabón y morir accidentado, o antes de tirarme a descansar por un momento, olvidando respirar.

El jabón tal vez no es un problema; después de todo: lo mejor del rock & roll, es que puedes patear las cosas.
Jesús había muerto el día anterior, lo juro.

No traté de evitar reducirme a pocas palabras, pero en momentos así, en que la gente a tu lado empieza a desaparecer, quedan pocas opciones; el cabello de los que bailan no siempre tiene el mismo color, nadie se preocupa... ni por la brisa, ni por los peces que pasan volando a través del espacio vacío entre mis anteojos y yo; todos continúan bailando, por qué detenerse?

Si recuerdo detenidamente la manera en que tomaba estos asuntos hace un par de años, me veo a mi mismo sentado sin entender nada frente al televisor, que muy posiblemente haya estado apagado los últimos 21 años, sin que yo me diera cuenta.

A veces soy un tipo disperso, mis pies van por un lado, tratando de pisar los lugares sin mierda de perro que se aproximan velozmente a nuestros zapatos; mis manos recorren el cuerpo ausente de otras personas y a veces el mío; sin que yo me dé cuenta.

Y muchas cosas pasan así, a mis espaldas; personas dejan de estar, otras aparecen y yo no soy el mismo aunque lo intento ser.

A veces, cabizbajo, miro al cielo, me debilito y mi cuerpo pesado no puede caer; la vida está esperando, pero dudo demasiado. Dudo de la limpieza de mis uñas, dudo de tener buen aliento; pero nunca dudo sobre qué autobús tomar, porque cualquier esquina es buena para detenerse, cuando tu destino ha quedado atrás, olvidado en alguna mañana, desde tu balcón.

Las personas desde abajo, miraban hacía arriba, muy cerca de donde estabas tú; otros dicen que es un cometa. Yo también creía en los ángeles y en las ciudades encendidas en llamas, con cuervos volando pico arriba, con las patas hacia delante, que guiaban sus oscuros cuerpos, total instinto animal.

Eso quiero ser yo.

Cuando el viento sopla muy fuerte me gusta salir al balcón y estrellarme contra él. A pesar de los guerreros egipcios, que desde la calle se sacuden a un ritmo violento, como infernal, pero en invierno. Converso con las cosas para no aburrirme; aburrirse es como perecer, con muchos cigarros en las manos, dos, quizás tres, dos entre los dedeos de mi mano izquierda y uno entre los dedos de mis dos pies... es más fácil conversar con las cosas, con los ceniceros llenos y los vacíos, los encendedores de colores con sus llamas llenas de vida, con gas para estallar en mi cara, hasta hacerme fallecer, por no haber saltado antes del balcón y volar con el viento en lugar de estrellarme contra él y contra los malditos guerreros egipcios que se sacuden cuando perezco y me aburro; cuando converso con las cosas.

Si la luna no se pone violenta esta noche, saldremos volando del edificio nena, huérfanos de orientación.

Cuando quiero escuchar las cosas que no puedo escuchar, cierro los ojos, a veces me cuesta tanto volverlos a abrir, que permanezco escuchando... hasta quedarme dormido, entre fantasmas violeta, que se esconden entre mi ropa sucia y mi piel, junto a mis canciones y también las de los demás, junto a mis dedos.

Son fantasmas de siempre, de nunca más, de algún vaso de agua o de miradas... no sé. No me puedo detener porque ellos están, lo sé por sus relojes, que no paran de sonar, cuando para dormir cierro tanto la ventana que nada se ve. Quién demonios habrá inventado los relojes y la maldita regla de no caminar sobre el agua, los agujeros en las medias, las canciones de coldplay.


Para algunos las cosas son muy raras, los rostros, las manos de la gente, los teléfonos públicos y el éxtasis de las flores acabadas de cortar. Para otros las cosas son distintas: las eses son fecales y no las quieren escribir.

Estoy de acuerdo con cerrar la boca y volar como los cuervos de esta porquería... estrictamente igual.