Como el tono dulce de un tomate, junto a un cremoso pedazo de queso, del barato, demasiado artificial, existencial, anticuado. A cada instante de la vida, se nos ocurre vomitar.
De cierto modo pierdo el tiempo, enchufado a vasos simples, con agua o algún líquido pastoso, de los que sirven en los bares vacilantes, a los que un perdedor suele ir, a enloquecer de manera alcohólica, efervescente como mi sangre, estimulada por los besos y caricias de alguna chica que pasa por tu vida, sobrecargada de vitaminas para aguantar la presión.
Que igual estalla, en pedazos animados, irrisorios; como días de decadencia y muchos nervios.
Las zapatillas de alguien van danzando bajo las gotas de agua que caen por placer; sus cordones te atan de pies y manos, haciéndote caer, para volverte a levantar y tal vez, continuando tu día a día, enmascarado por ahí.
Sientes que todo te agobia, te asustas al verte “pensando” como un animal mecánico, que sólo sabe pelear y escapar; no existe nada más: escapar y pelear; todo a la vez, para hacer las cosas más confusas, las cosas de las que siempre hablo.
Me preocupa el sólo hecho de actuar, de ir frente a la gente sin saber quién diablos soy, es peor así, cuando todos te conocen menos tú y nadie se sorprende por tu acento extraño y por la forma en que gesticulas al hablar, a mi personalmente me parece idiota.
Otros te cuestionan tantas cosas a la vez que te aburren, te cuesta tanto mirarlos a la cara sin decir: “demonios!”
Otros ni siquiera te cuestionan, esos son más aburridos, porque no tienen nada para peguntar, cuando todo parece terminado, parecen amar permanecer, no morir nunca, salir a comprar los domingos comidas rápidas, imaginarias, como la que comen aquellos que te quieren matar, por los ojos que no cambiarán, yo te lo juro.
Muchas miradas penetrantes te hacen buscar en todas partes: debajo de tus medias tiradas en el piso; en las drogas de tu amigo; a la salida del subterráneo. En cualquier lugar.
Basta de no estar junto a nadie, basta de haber vivido entre tantas cosas de las que no me arrepiento, pero pude haber evitado, por no elegir dormitar, de seguro por mi miedo a las cosas oscuras, o por temor a no despertar.
Yo, ese día recuerdo, después de haberme inyectado, creer no estar, pensar no amanecer, dejar repentinamente de respirar y morir atragantado, mientras muchas arañas, o cerdos, no recuerdo bien; se me aproximaban de manera entrecortada, como una taza de café, cuando se ha roto en mil pedazos, o en mil setenta y tres.
Yo hice muchas cosas malas en mi vida, me sentí de mil maneras diferentes, o mil setenta y tres... tal vez más. Yo hice muchas cosas buenas en mi vida, me cuidé de los caramelos en la calle, en manos de personas extrañas que tanto quieren hacerte mal, respeté a las cosas que creí personales y trascendentes, no se confundan por favor; la cuestión es trascender, transgredirte el rostro, desfigurarte la piel, hasta borrar tu actualidad, volviéndola algo del pasado, junto a las cosas que no volverán; como los insectos que se mueren, porque ya no pueden vivir.
Como tomar insecticida para perder eternamente los días : debajo de tus medias tiradas en el piso; en las drogas de tu amigo; a la salida del subterráneo. En cualquier lugar.
Me siento disperso, como decapitado, dando pasos esquivos, silenciosos... como pasos de decapitado.
Pasos de decapitado.
A través de las ventanas de vidrio del lugar donde trabajo he visto muchas cosas este año: cobardes en busca de algunas monedas, refugiados en un pedazo de metal que deberían conservar en el culo, en lugar de andar por las calles, jugando con la jodida vida de los demás. A menudo me incomodan muchas actitudes de las personas, actitudes de las que seguramente yo también soy preso, por mi búsqueda líquida de las que no lo son también, nadie me dijo nada respecto a “no ser humano”, ni los niños de la calle, ni las chicas de los demás; de ninguna manera, tal vez después.
Otros entran y no dicen nada, al fin y al cabo nadie les pagará por hablar. Parecen no sentarse cuando se sientan, parecen no hablar al hablar; mis manos se queman con el vapor de la humeante máquina para concretar cafés, que nunca llegan a nada, personas que vienen y van, personas en busca de pan, miles de personas, con armas o si ellas, eso ya me da igual.
Algunos no comen y otros comen de más, funcionan, considero que no todos de la manera correcta, tal vez muy pocos, casi ninguno; al menos para mi.
Me canso de estar parado del otro lado de la pared de vidrio por donde pasan los que no entran, por donde caminan los que no están; los que dicen saludarte y los que llevan prisa; los que están de vuelta; los de cabello azul... o los que no tienen cabello. Me canso: de los que no vienen a visitar; de los que vienen y después se van; de los que dan vuelta como torbellinos frente a mis ojos, cuando me dicen muchas cosas a la vez y no me puedo concentrar.
Me asusta mucho la idea de perder la cabeza, de caminar sin equilibrio por las calles camino a casa, de tener un espacio vacío sobre mi cuello, de no poder pensar.
Decapitado se me complicaría un poco la vida, volverían mis problemas de salud dental, mis adicciones a “las cosas que no se tocan”, la incertidumbre del querer no estar y no enfrentarte nunca y muy seriamente con todo lo que buscas olvidar, a toda costa, incluso la de los demás, los malditos demás que tanto me confunden y me hacen preguntarme estupideces, una y otra vez.
Los que no comen mientras parecen hacerlo, porque le roban la comida a los demás, los malditos demás que tanto me confunden y me hacen preguntarme estupideces, una y otra vez.
No estoy de acuerdo con trabajar el primero de mayo, porque me gustan las cosas sencillas.
PD: a.h.! que descanses en paz.
De cierto modo pierdo el tiempo, enchufado a vasos simples, con agua o algún líquido pastoso, de los que sirven en los bares vacilantes, a los que un perdedor suele ir, a enloquecer de manera alcohólica, efervescente como mi sangre, estimulada por los besos y caricias de alguna chica que pasa por tu vida, sobrecargada de vitaminas para aguantar la presión.
Que igual estalla, en pedazos animados, irrisorios; como días de decadencia y muchos nervios.
Las zapatillas de alguien van danzando bajo las gotas de agua que caen por placer; sus cordones te atan de pies y manos, haciéndote caer, para volverte a levantar y tal vez, continuando tu día a día, enmascarado por ahí.
Sientes que todo te agobia, te asustas al verte “pensando” como un animal mecánico, que sólo sabe pelear y escapar; no existe nada más: escapar y pelear; todo a la vez, para hacer las cosas más confusas, las cosas de las que siempre hablo.
Me preocupa el sólo hecho de actuar, de ir frente a la gente sin saber quién diablos soy, es peor así, cuando todos te conocen menos tú y nadie se sorprende por tu acento extraño y por la forma en que gesticulas al hablar, a mi personalmente me parece idiota.
Otros te cuestionan tantas cosas a la vez que te aburren, te cuesta tanto mirarlos a la cara sin decir: “demonios!”
Otros ni siquiera te cuestionan, esos son más aburridos, porque no tienen nada para peguntar, cuando todo parece terminado, parecen amar permanecer, no morir nunca, salir a comprar los domingos comidas rápidas, imaginarias, como la que comen aquellos que te quieren matar, por los ojos que no cambiarán, yo te lo juro.
Muchas miradas penetrantes te hacen buscar en todas partes: debajo de tus medias tiradas en el piso; en las drogas de tu amigo; a la salida del subterráneo. En cualquier lugar.
Basta de no estar junto a nadie, basta de haber vivido entre tantas cosas de las que no me arrepiento, pero pude haber evitado, por no elegir dormitar, de seguro por mi miedo a las cosas oscuras, o por temor a no despertar.
Yo, ese día recuerdo, después de haberme inyectado, creer no estar, pensar no amanecer, dejar repentinamente de respirar y morir atragantado, mientras muchas arañas, o cerdos, no recuerdo bien; se me aproximaban de manera entrecortada, como una taza de café, cuando se ha roto en mil pedazos, o en mil setenta y tres.
Yo hice muchas cosas malas en mi vida, me sentí de mil maneras diferentes, o mil setenta y tres... tal vez más. Yo hice muchas cosas buenas en mi vida, me cuidé de los caramelos en la calle, en manos de personas extrañas que tanto quieren hacerte mal, respeté a las cosas que creí personales y trascendentes, no se confundan por favor; la cuestión es trascender, transgredirte el rostro, desfigurarte la piel, hasta borrar tu actualidad, volviéndola algo del pasado, junto a las cosas que no volverán; como los insectos que se mueren, porque ya no pueden vivir.
Como tomar insecticida para perder eternamente los días : debajo de tus medias tiradas en el piso; en las drogas de tu amigo; a la salida del subterráneo. En cualquier lugar.
Me siento disperso, como decapitado, dando pasos esquivos, silenciosos... como pasos de decapitado.
Pasos de decapitado.
A través de las ventanas de vidrio del lugar donde trabajo he visto muchas cosas este año: cobardes en busca de algunas monedas, refugiados en un pedazo de metal que deberían conservar en el culo, en lugar de andar por las calles, jugando con la jodida vida de los demás. A menudo me incomodan muchas actitudes de las personas, actitudes de las que seguramente yo también soy preso, por mi búsqueda líquida de las que no lo son también, nadie me dijo nada respecto a “no ser humano”, ni los niños de la calle, ni las chicas de los demás; de ninguna manera, tal vez después.
Otros entran y no dicen nada, al fin y al cabo nadie les pagará por hablar. Parecen no sentarse cuando se sientan, parecen no hablar al hablar; mis manos se queman con el vapor de la humeante máquina para concretar cafés, que nunca llegan a nada, personas que vienen y van, personas en busca de pan, miles de personas, con armas o si ellas, eso ya me da igual.
Algunos no comen y otros comen de más, funcionan, considero que no todos de la manera correcta, tal vez muy pocos, casi ninguno; al menos para mi.
Me canso de estar parado del otro lado de la pared de vidrio por donde pasan los que no entran, por donde caminan los que no están; los que dicen saludarte y los que llevan prisa; los que están de vuelta; los de cabello azul... o los que no tienen cabello. Me canso: de los que no vienen a visitar; de los que vienen y después se van; de los que dan vuelta como torbellinos frente a mis ojos, cuando me dicen muchas cosas a la vez y no me puedo concentrar.
Me asusta mucho la idea de perder la cabeza, de caminar sin equilibrio por las calles camino a casa, de tener un espacio vacío sobre mi cuello, de no poder pensar.
Decapitado se me complicaría un poco la vida, volverían mis problemas de salud dental, mis adicciones a “las cosas que no se tocan”, la incertidumbre del querer no estar y no enfrentarte nunca y muy seriamente con todo lo que buscas olvidar, a toda costa, incluso la de los demás, los malditos demás que tanto me confunden y me hacen preguntarme estupideces, una y otra vez.
Los que no comen mientras parecen hacerlo, porque le roban la comida a los demás, los malditos demás que tanto me confunden y me hacen preguntarme estupideces, una y otra vez.
No estoy de acuerdo con trabajar el primero de mayo, porque me gustan las cosas sencillas.
PD: a.h.! que descanses en paz.