Hablar con los muertos.
- Estás o no estás, porque si no estás estoy perdiendo el tiempo, yo vengo hasta acá a visitarte, a charlar contigo obviando siempre que estás muerta, no lo recuerdo bien, ya no es tan importante. Hasta antes de entrar al cementerio tenía vívidas imágenes de ti, pero poco a poco, al venir caminando, al acercarme lentamente hasta este maldito lugar, se han ido borrando de mi mente, como si algún ave asesina me hubiese abierto la tapa de los sesos y hubiese arrancado de mi cerebro, con sus pico escaso de dientes para morder, la parte que corresponde a recordar tu rostro.
Entonces, inclusive en mi cerebro, es complicado establecer el hecho de si estás o no estás; porque si no estás estoy perdiendo el tiempo. En la calle, mientras busco cigarrillos desesperadamente, algunos parecen desfilar bajo el frío de la ciudad, cada vez más vacía y desaturada de color. Veo mi cara frente al espejo, muchas gotas caen por mi frente, por mis mejillas, por mis dientes y por las cicatrices que tengo marcadas en la piel. El tiempo parece seguir corriendo, yo voy detrás de el, difícilmente logro descifrar su aspecto, siempre fui tímido para los números.
Mientras me siento en este húmedo suelo, espero que me respondas. Estás o no estás.
Te aseguro que preparé todo para venir a hablarte, pronuncié las palabras adecuadas al despertar, me moví de manera correcta, aunque no siempre sea mi estilo y te pensé hasta poderte ver, pero todo ha sido en vano, me cuesta ahora reconocer tu aliento, tus palabras y tus gestos de incertidumbre femenina.
Sin prestar mucha atención me percato siempre de las excusas y me cuesta desaferrarme de la idea brusca en que te asimilo a ellas, son complicadas las excusas, muy difíciles de clasificar, como tu cuerpo cuando huyes de mí, como los cigarrillos que se me escapan encendidos de la boca.
Peor es no conocer a nadie, porque el tiempo es más confuso y se mezcla con las nociones de soledad eterna que abundan por nuestras ideas, rebotando en las paredes de casa cuando no hay nadie para hablar.
Si estás tal vez me escuches, recuerdo que solías escuchar, lo recuerdo por tus ojos, por tu mirada siempre tierna. Lo recuerdo por tus ojos, porque yo también los uso para detectar la luz y para concretar mis ideas de las cosas que existen, aunque no existan. Lo recuerdo por tus ojos.
No sé realmente por qué estoy aquí, intentando adivinar si me escuchas; podría fácilmente escarbarlo todo y tirar tus restos en otro lugar, sólo por fastidiarte un poco, pretendiendo que todo esté bien, arriesgándome a tu enojo por mis juegos sucios, porque me encantaría ver tu cabello tensado, escuchando tus voces sin poderte ver, sabiendo que estás ahí por lo heterogéneo de los olores, por las ropas de más tiradas al pie de los dos.
Muchos se debaten acerca de las cosas que realmente funcionan; yo, en este caso, estoy a favor de la vibración de la voz; le da un tono móvil a las palabras, es como la lengua: inestable. Le aporta la violencia adecuada, más allá del volumen y la velocidad, más allá de las frecuentes mentiras que por desgracias muchas personas traen a colación.
Algunos hablan en otros tonos, en otras palabras, en otros idiomas que generalmente quieren decir lo mismo, en otras ropas o en otros colores, algunos hablan para los oídos, otros para la punta de los pies. A velocidades cambiadas, en sentidos opuestos, pronunciando tres palabras a la vez, o no pronunciando ninguna; algunos hablan en voz baja y otros no hablan, porque es su manera de hablar.
Otros no hablan aunque hablan, esos son más difíciles de soportar.
Estás o no estás, porque si no estás estoy perdiendo el tiempo, es como hablar con los muertos.