Detesto que la palabra lluvia se escriba así.
Su sombra no intentaba disimular, jamás pensó en preguntarle si había muerto, lo deducía por su estatismo y por su inexplicable sonoridad; sin embargo, las cosas así son difíciles de aceptar, es como contar camisas con mucho calor, una y otra vez, hasta morir por deshidratación.
Repito que su sombra no quería disminuir, que trataba de escapar sin conseguirlo y de aceptarse en su incomoda situación, sin saber hasta cuándo, sintiéndose estéril, ante tanta duda y un cuerpo sin vida a sus pies, que no reclamaba por redención.
Cualquiera hubiese corrido hacia todos lados a la vez, sin tener cuidado de sus otros “yos”: corriendo hacia todos lados a la vez.
Una sombra es una sombra... y muchas cosas más; la silenciosa compañera de los momentos con luz, aquella que depende de tu mano en movimiento, de insectos en tu boca y de tus dientes al caer. Siempre lastimada, excluida y con muchas ganas de vomitar; de detestar el calor insoportable, en estos meses de la vida.
El calor también es un arma de doble filo, sobre todo justo antes de llover, cuando el cielo repentinamente se torna oscuro y se empieza a derramar, por los lugares en que caminas y la mierda de perro sobre ellos, al pasar.
Esta tarde el calor divagó tanto que se atormentó (de convertirse en tormenta), se aburrió de mi enojo y seguramente de mi mala cara, además; porque yo también me aburro del calor y de la mala forma en que nos mira y lo ataco a escondidas, cuando ninguno de ustedes me ve. A veces gano, pero cuando pierdo: me voy por ahí, atormentándome en cada esquina, caminando hacia la parada de algún maldito autobús.
“a veces debería llover en reversa,
para entender el otro lado de la lluvia;
a veces debería llover de espaldas,
para evitar que nos suicidemos de tanta alegría;
a veces debería llover para siempre,
pero sólo a veces o sólo para siempre”: dijo la sombra... y desapareció.
Brownies inteligentes.
John
Monday, February 18, 2008
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