Wednesday, July 2, 2008

Atropellar a Jesús en la iglesia San Marcos:

Todo es verde; al menos desde la parte interior del auto, sus ventanas rotas no han terminado de caer, parecen telarañas de vidrio por romperse en millones de pedazos, muy cerca de mis ojos y de todos los vasos sanguíneos que explotan en mi cuerpo.

Desde pequeño le tuve miedo a las tres de la tarde; recuerdo, en la parte trasera de mi casa, la iglesia de la barriada; un lugar extraño, colmado de personas que se caen y de puertas tenebrosas que muy seguramente no conduzcan a ningún lugar interesante, o tal vez es donde los santos se cambian, cuando los empleados de la iglesia salen a comer. Estoy seguro de que muchas veces algunos de los jesuses colgados de la pared, clavados a una cruz, pudieron pronunciar alguna palabra, o al menos cambiar la dirección de su mirada, mientras la mayoría miraba hacia otro lugar, donde no pasaba nada. Los cuadros en vidrio pegados en la pared, describen de a pedazos el vía crucis, mientras la mayoría miraba hacia otro lugar, donde no pasaba nada. Incluso, el lánguido padre, vestido de blanco y con acento ibérico decía su misa, mientras la mayoría miraba hacía otro lugar, donde no pasaba nada. Y las aves que solían volar fuera de la iglesia continuaban volando, oliendo las carnes podridas dentro de aquel sagrado lugar, donde la mayoría miraba hacia otro lugar, donde no pasaba nada. Tus vasos sanguíneos se dilatan, sin dar marcha atrás, baja tu presión, explotas en pedazos diferentes de los que salen cosas de manera misteriosa, como en una película de jodorowski.

Jesús divaga despacio por el jardín de tu casa, confundido sobre donde caminar de nuevo, por las luces de colores y las flores a cinco mil seiscientos grados kelvin.
Y los chorros de sangre que salen de mi nariz me inundan la habitación y salen por la ventana, haciendo como ver sangrando mi edificio, que ha estado varias veces a punto de morir. Algunos idiotas son cada vez más idiotas; pierden el tiempo... las personas no deberíamos morir, ni acercar cosas extrañas a nuestra nariz... no deberíamos tener nariz.

No deberíamos tener nariz para que no nos haga falta, para no tener que respirar, ni oler, como símbolo sagrado de nuestra nación.

A mi cuando mi madre me escribió; “tu sabes que ese día salíamos a comer y pasábamos juntos”; se me detuvo todo por un segundo, todo se quedó en silencio, muerto en su descontrol: mis labios no parecían ser míos, mucho menos mis palabras, mis amigos, mis canciones. Mis dedos se hinchaban poco a poco, resquebrajándoseles la piel, mis ojos (cuando los abría) y las uñas de mis pies. Fue como millones de detonaciones contra mi pecho (a quemarropa, con unos jeans puestos), mi maldito pecho que atenta contra mi salud, por el humo de los cigarrillos que estúpidamente me fumo, por las veces que caigo como retardado por las escaleras del lugar donde trabajo sin que nadie me haya visto y es que me traicionan los pies cuando camino y las escaleras han sido lo más parecido a la muerte desde hace algún tiempo, a lo largo de mi vida, desde que estoy por morir intoxicado, con gasolina en mis pulmones a punto de estallar. Paso mi lengua por mis labios y cierro los ojos abiertos, para poder olvidar las imágenes que van a la mente de las personas cuando recuerdan; por los que viven, por los que lloran y por los delgados que arden en el infierno, un día de estos van a desaparecer. Esto y mucho más entendí de mi madre, cuando me dijo: “tú sabes que ese día salíamos a comer y pasábamos juntos”

Bebería toneladas de alcohol, mataría a miles de personas, golpearía repetidamente mi cabeza contra los bloques de cemento que conforman la palabra hogar, me pegaría dos disparos en la sien y las personas que, mientras llueve, van saltando una detrás de otra por las húmedas calles asesinas, que componen el otro lado de la ventana que está en mi habitación... y los cables del tendido eléctrico, con sus pajaritos oscuros que bajo la lluvia están a punto de explotar; mueren, las personas.

Tal vez no deberíamos morir, sino pregúntenle a dios. Tal vez no deberíamos morir.
Ahí va Jesús sobre su cortadora de césped; el sol, tapado por las grises nubes que se colocan entre él y la tierra, no es tan intenso, ha perdido por momentos su espantosa magnitud de carbonizar y hacer despellejar la piel de tipos como Jesús, que se han hecho eco de todos aquellos los que van por ahí sobre su cortadora de césped.

Jesús continúa dando vueltas alrededor, a través de la ventana francesa del comedor de una casa; mis manos se juntan, entrelazando sus dedos y aniquilando sin piedad el espacio en blanco entre ellos, como si una de mis manos fuera de otra persona y no mía, como si a veces despertara colgado de los tobillos de un árbol oxidado, y estando al revés sin poder morir viese a Jesús acercarse brevemente y a todo color, sobre su cortadora de césped, hasta mi rostro, impactando contra él hasta el punto exacto en que el golpe de una cortadora de césped al rostro de una persona puede desbaratarle la vida. Métodos medievales para robar la vida de los seres humanos, si yo fuera dios la sangre sería cyan, el color único de todos los líquidos que nos brotan del cuerpo, inclusive cuando sentimos placer y también al escupir.

Si yo fuera dios habría un abanico de opciones para morir y la gente comprendería la ausencia de los que de repente no están, sentados en una silla mecedora en la puerta de su casa, que tiene aspecto blues, como de Nueva Orleáns.

Los líquidos:
(Filmar el desequilibrio)

“las Especies del Origen”
por: Darles Charwin.

Silencio en el enorme salón, los tiburones que flotan entre ustedes no deberían hacerles daño, ni siquiera deberían aparecer; son frases escritas en la pared, por donde nunca pasa nada.

Si observan cuidadosamente el piso, notarán que es un inmenso espejo en el que estamos reflejados, dentro del enorme salón de paredes color vino tinto, ventanas de marcos blancos e inconsistentes, con vidrios rotos a través de los que sin mucho esfuerzo, vuelan estúpidas las aves, con las patas hacia adelante y la cabeza hacía atrás; son aves oceánicas que vuelan al revés, pues son originarias del otro lado del mundo, donde: técnicamente todos, al igual que los de este lado o sea nosotros, estamos dados vuelta, con los pies donde correspondería que esté la cabeza de los demás.

Miles de simios con ropas diseñadas en Milán, Nueva York y Paris, se lanzan como cerdos por colinas minadas, ante la mirada atónita de todos dentro de aquel enorme salón de paredes color vino tinto y gigantes monitores espontáneos que cautivan la atención de los presentes, de aquellos que no se pueden lanzar, por temor al puerco humano que en silencio y poco a poco se intenta reventar a balazos, a partir del estómago.

Y tu cuerpo, colgando de tus intestinos sudorosos empieza a buscar a dios, en los orificios de su nariz, entre los dedos mutilados de las víctimas de la guerra, convulsiona, se descarta y aplaude como último recurso.
Humanos.

Los fantasmas del barrio van murmurando. Algunas estatuas en casa parecen saberlo, se asustan y se dan vuelta para mirar la pared, cuando las calles tiemblan tras los arriesgados pasos, en medio de los taxis y los carteles de improvisación que cuelgan algunos puestos de verduras.

En cuanto a las líneas:
Cuánto es demasiado, cuánto es mucho si te cuesta decir las palabras correctas, quién puede decir cuánto es demasiado. Seis, siete líneas o más, personas tiradas en el piso como si no hubiera nada mejor que hacer, otros caminando por el living de tu casa, de espaldas a las cosas que suceden cuando está vacía.

Las gotas que caen desde el grifo del lavamanos sin poder detenerse, a veces parecen querer decir algo... a veces creo querer escucharlo. Salimos de casa y ellas siguen allí, desprendiéndose muy disimuladamente, como si continuáramos en casa y buscasen llamar nuestra atención. Los papeles esparcidos por todo mi escritorio con números telefónicos de personas extrañas que han ido dejando de existir, hasta convertirse en un simple número de teléfono al que, muy seguramente, nunca llamaré.

Las cosas siguen pasando mientras no estamos y es que para eso fueron inventadas las cosas; las que pasan y las que no también, las gotas de la lluvia cuando hace mucho frío y los paraguas dibujados en los brazos de la gente, en el punto exacto donde los heroinómanos se inyectan, se han vuelto algo común en los descuidados que andan por las calles, perdidos entre los taxis detenidos por lo abrumador de los pasos fantasmales y todos sus murmuros.

Nos “vemos” eventualmente; aunque siempre apaguemos las luces mientras hacemos el amor.


Epistaxis; la clave de la felicidad (liderazgo, carisma, competitividad, y personalidad)

Todo parece estar en silencio, “Stuff you gotta watch” (Muddy Waters); el corazón se te pretende paralizar, desde la punta de tus dedos afilados o desde el lado derecho de tu cerebro en ebullición; desde el vientre cálido de la chica con la que haces el amor o desde el día miércoles 18 de junio, que desde hace un tiempo se ha ido haciendo más corto y parécete desaparecer, como un día perecedero, sin ningún tipo de explicación, perverso, de falso mirar y vestido de novia... sin sentido; igual a como desaparecen las personas, que en tu vida, no han vuelto a aparecer. No es muy creativo morir el día de tu cumpleaños por una sobredosis de estimulación, cuyo máximo porcentaje se encuentra acumulado en tu estómago, que dicho sea de paso, corre el riesgo también de desaparecer; como las personas que desaparecen y los, en menor cantidad, días miércoles 18 de junio de algún lugar. Yo opino que las líneas deberían morir y poder ver personas saltar desde sus balcones.

Hay muchas cosas a las que no le ves sentido, y me parece extremadamente bien, mujeres que intentan electrocutarse, con cables pelados conectados a los enchufes de la pared. Yo por ejemplo, muchas cosas de las que me enseño mi viejo no las he vuelto a recordar.

Tuesday, June 10, 2008

Yo puedo comerme tu televisor.

Yo puedo comerme tu televisor y soltar faroles sobre tu cabeza, provocar incendios a cada instante, por mis deficiencias de voluntad ante los cigarros mal apagados. Puedo tirarme por las escaleras.

Mis ojos miran hacia otro lado y converso con tu reflejo en las cosas, porque todas las cosas son como espejos: las paredes con pintura de agua, el papel sobre el que escribo; me incitan a perder la locura, sin lograr alejarla de mi. Muerdo la punta de mis dedos y hago formas con mis manos, sobre el vidrio de mi monitor que en cualquier momento va a estallar.

Yo puedo fumar un cigarro tras otro: tus trajes antiguos, rasgados; tus pies caminando sobre el pasto, desnudos como la primera vez. Todos pasan caminando por mi costado, yo permanezco a toda velocidad cayendo por las escaleras, con los labios apretados para soportar los escalones que se hacen interminables, haciéndote odiar las situaciones conscientes.

De acuerdo a mis necias palabras, puedo comerme tu televisor, masticarlo paulatinamente hasta olvidar mi idioma y confundir las palabras entre sus crujientes sonidos al morir. Tras correr millones de años, podría volver a tu hogar y destruir todas las puertas y ventanas sin entrar, para no causar daños peores, porque según mi inteligencia y de acuerdo a mis necias palabras: tengo los motivos suficientes para poder comerme tu televisor.

Yo puedo comerme tu televisor y sopesar mi inapetencia. Aunque sangre mi nariz por motivos diversos e insignificantes, aunque descuide mis preguntas para después. Puedo hacer cualquier cosa con tu televisor: aparecer y desaparecer, provocar tu piel hasta desintegrarse, descifrar tu aliento, hacerte mover, traerte conmigo a las escaleras, donde todo es muy distinto, y las cosas se alejan sin razón, como si pudieran caminar.

Las escaleras pueden sangrar si no entienden mucho de seres humanos, pueden dormir al revés y amontonarse los escalones, cuando el invierno se vuelve infernal. Puedes apagar tus cigarrillos en la escalera, puedes tirar desde lo alto tu televisor, puedes tirarte tú detrás de él y toda tu familia también. El amor se hace en las escaleras y se vuelve a hacer, una y otra vez, se está haciendo constantemente, como si fuese a vomitar.

Leo algún papel sobre el que escribí: “vivo como vivo para tener una mejor vejez, para que mis recuerdos sean infinitos, aunque no todo sea como ayer”, yo ahora entiendo algunas cosas de mi mismo y mi guitarra sin cuerdas tiene forma de dios.

Todavía no lo puedo creer.

El sol empieza a dar vueltas alrededor de la tierra y muchas personas se congestionan sólo para ver, algunos agarrados de las manos, otros con cabeza de mano y las manos en la cabeza, como sosteniendo una gran mano, que es en este caso su cabeza. Se ahorcan de la muñeca y mueren de manera original, no hay sangre ni lamentos y nadie recuerda lo que sucedió.

Yo puedo comerme tu televisor porque es una propuesta diferente, porque no a muchos se les ocurre comerse un televisor y mucho menos el tuyo; porque algunos utilizan las mismas palabras y sus nombres, aunque te sueñe extraño: se detienen para siempre y empiezan a desaparecer.

Para mí, detrás de la puerta de casa está el más allá, están los puestos de revista y los autos de la ciudad; algunos comentarios desafortunados de personas que viven arrepentidas y se crucifican constantemente en busca de una inexplicable manumisión.

Yo sencillamente puedo comerme tu televisor y sentarme en las escaleras con mi guitarra sin cuerdas, que tiene forma de dios; a quien no le importan los idiomas, porque son algo demasiado superficial.
Podría haber escogido cualquier otra cosa para describir nuestras palabras, pero preferí los líquidos, porque los líquidos van variando su forma de acuerdo a la persona que los mire; si hubiera escogido los vidrios serían palabras inmóviles y punzantes, capaces de hacer sangrar incluso a una roca o a mis labios, mientras mancho tu rostro con la alta propulsión de mi sangre a chorros, en forma de liquido, porque los líquidos van variando su forma de acuerdo a la persona que los mire.

Mi extraña postura frente al televisor me está volviendo idiota, sus sonidos persistentes con forma de pequeños círculos blanco y negro me está carcomiendo los dedos de mi mano izquierda, porque la derecha no está en su lugar cuando tiene que estar y miles de personas se preguntan por qué, si tan sólo fue un momento de dispersión que ahora me hace escapar cuando quiero, hasta hacerme preso del escapar, como atado de pies y manos, despreocupado por qué hacer.

Debería imaginar que flotas, por las distancias entre el suelo y tú... por todas esas cosas que sin duda no entiendo. Debería olvidarlo todo y simplemente imaginar que flotas y que entiendes perfectamente mis palabras cuando no las pronuncio, me cuesta tanto coordinar mis labios y muchas veces me ato el cuello con cordones, por mi mala pronunciación y mi efectiva manera de perder: que me tiene harto.

Sunday, June 1, 2008

Hablar con los muertos.

- Estás o no estás, porque si no estás estoy perdiendo el tiempo, yo vengo hasta acá a visitarte, a charlar contigo obviando siempre que estás muerta, no lo recuerdo bien, ya no es tan importante. Hasta antes de entrar al cementerio tenía vívidas imágenes de ti, pero poco a poco, al venir caminando, al acercarme lentamente hasta este maldito lugar, se han ido borrando de mi mente, como si algún ave asesina me hubiese abierto la tapa de los sesos y hubiese arrancado de mi cerebro, con sus pico escaso de dientes para morder, la parte que corresponde a recordar tu rostro.

Entonces, inclusive en mi cerebro, es complicado establecer el hecho de si estás o no estás; porque si no estás estoy perdiendo el tiempo. En la calle, mientras busco cigarrillos desesperadamente, algunos parecen desfilar bajo el frío de la ciudad, cada vez más vacía y desaturada de color. Veo mi cara frente al espejo, muchas gotas caen por mi frente, por mis mejillas, por mis dientes y por las cicatrices que tengo marcadas en la piel. El tiempo parece seguir corriendo, yo voy detrás de el, difícilmente logro descifrar su aspecto, siempre fui tímido para los números.

Mientras me siento en este húmedo suelo, espero que me respondas. Estás o no estás.

Te aseguro que preparé todo para venir a hablarte, pronuncié las palabras adecuadas al despertar, me moví de manera correcta, aunque no siempre sea mi estilo y te pensé hasta poderte ver, pero todo ha sido en vano, me cuesta ahora reconocer tu aliento, tus palabras y tus gestos de incertidumbre femenina.

Sin prestar mucha atención me percato siempre de las excusas y me cuesta desaferrarme de la idea brusca en que te asimilo a ellas, son complicadas las excusas, muy difíciles de clasificar, como tu cuerpo cuando huyes de mí, como los cigarrillos que se me escapan encendidos de la boca.

Peor es no conocer a nadie, porque el tiempo es más confuso y se mezcla con las nociones de soledad eterna que abundan por nuestras ideas, rebotando en las paredes de casa cuando no hay nadie para hablar.

Si estás tal vez me escuches, recuerdo que solías escuchar, lo recuerdo por tus ojos, por tu mirada siempre tierna. Lo recuerdo por tus ojos, porque yo también los uso para detectar la luz y para concretar mis ideas de las cosas que existen, aunque no existan. Lo recuerdo por tus ojos.

No sé realmente por qué estoy aquí, intentando adivinar si me escuchas; podría fácilmente escarbarlo todo y tirar tus restos en otro lugar, sólo por fastidiarte un poco, pretendiendo que todo esté bien, arriesgándome a tu enojo por mis juegos sucios, porque me encantaría ver tu cabello tensado, escuchando tus voces sin poderte ver, sabiendo que estás ahí por lo heterogéneo de los olores, por las ropas de más tiradas al pie de los dos.

Muchos se debaten acerca de las cosas que realmente funcionan; yo, en este caso, estoy a favor de la vibración de la voz; le da un tono móvil a las palabras, es como la lengua: inestable. Le aporta la violencia adecuada, más allá del volumen y la velocidad, más allá de las frecuentes mentiras que por desgracias muchas personas traen a colación.

Algunos hablan en otros tonos, en otras palabras, en otros idiomas que generalmente quieren decir lo mismo, en otras ropas o en otros colores, algunos hablan para los oídos, otros para la punta de los pies. A velocidades cambiadas, en sentidos opuestos, pronunciando tres palabras a la vez, o no pronunciando ninguna; algunos hablan en voz baja y otros no hablan, porque es su manera de hablar.

Otros no hablan aunque hablan, esos son más difíciles de soportar.

Estás o no estás, porque si no estás estoy perdiendo el tiempo, es como hablar con los muertos.

Thursday, May 29, 2008

Uno de los niños gritó:
- Satanás!
En medio de la enmudecida ciudad, enterrada bajo si misma después de una notable estupidez humana. Callejones blanco y negro, con gente ensangrentada moviendo sus manos como despidiendo a un familiar.

Los soldados no siempre hacían las mismas rutas, sus drogas se terminaban y seguramente se empezaban a fastidiar, porque así son las drogas, cuando las fastidias; son como personas paralelas intentando escapar por medio ti.

Sin duda me cuesta continuar escribiendo sin cigarrillos y es que habemos personas así, hay otras que van por ahí matando gente y otras, cobardes, que mandan a matar.

Los niños jugaban a pesar de la guerra y veían a satanás caer del cielo como un rayo, lo escuchaban estrellarse con la tierra para llegar hasta el infierno y lograr la suprasensibilidad, exactamente igual que dios. Los niños mucho saben de estas cosas y guardan basuritas (en sus bolsillos), con las que en cualquier momento empezaran a jugar.

Tal vez nadie en esta guerra se esperó que llovería, gris y pausadamente, como si fuera para siempre, en pleno mes de mayo. Relámpagos sembrándose en tu planeta, te limitas detrás de la ventana y como a mí: te cuesta ver más allá, porque la ventana te seduce, haciéndote quererla atravesar.

Miles de personas florecían de los suelos, después de haber sido sembradas por las balas, de cubierta fría y desesperada, contacto con tu sien en todo lo breve y liviano de la luz, cuando la tienes en contra y parece recortar tu cuerpo, como se recorta con una tijera un papel, como si se tratara de otro idioma.

Los fantasmas de las estrellas se veían desde los soldados, desde sus cascos carcomidos por la impotencia y las gotas del tiempo sin preguntas para responder. Escondidos en esos mismos cascos, tan gastados y temerosos como el cristal, los soldados en su concisión, ametrallados a una carta de amor, que se les escapa de las manos.

Incluso en la oscuridad se hace complejo recordar todos los acontecimientos de aquellas insulsas batallas, porque miles de voces gritando detrás de los muros, cubriéndose del frío, fueron calladas. Los niños pequeños a veces las repetían, para no olvidar nunca nada, miraban fijamente a los soldados, desafiándolos a no mover un dedo; ellos cobardemente aceptaban y se daban la vuelta, haciéndose los desentendidos... con los dientes apretados.

Algunas mujeres tradicionales permanecen siempre en la ventana, coqueteando con las balas y la sangre de personas muertas. Las personas, incluso vivas, son intangibles, no son individuos, ni conforman un ser... ni siquiera pueden hablar.

Siento gotas encendidas de bencina clavándose en mis ojos; imagino que te puedo ver mientras coma chocolates y llene mi cuerpo de cables eléctricos, fingiendo electrocutarme.

.jhnlss
Las aves son reptiles y vuelan desde el agua, calladamente en lo azul del cielo, entre sus nubes de algodón flotante y sus dioses de color. El cielo alberga personas importantes que no existen y que a muchos atemorizan; yo creo que el cielo no es tan grande como parece, a pesar de su inmensidad.

Hay días en que el cielo se derrama, sus argumentos se le vienen al piso, la tierra se convierte en un lugar cercano y nosotros creemos tener todo bajo control. Viajamos a toda velocidad, sobre barcos de papel que se confunden entre canciones y agujas de tocadiscos, y a pesar de estar encerrados en casa, sabemos que en algún lugar del afuera hay un pedazo azul para mirar.

Los reptiles andan descalzos, se arrastran para no llamar la atención... su sangre es diferente a la nuestra. Algunos pasearon sobre mis pies cuando era niño y colorearon mi aprendizaje animal, algunos morían cerca de casa y se confundían con los demás reptiles, algunos se levantaban a pesar de estar muertos y se iban caminando por ahí como si nunca hubiesen fallecido; yo bajaba la cabeza y seguía asesinando soldaditos de plástico o incendiando los autos blancos estacionados en la entrada, los mismos autos que nunca incendié, ni se me pasó por la mente, porque mi sangre no es igual.

Recuerdo haber matado miles de soldados. Una y otra vez. A algunos les arrancaba la cabeza, a otros los dejaba caer desde el techo. A muchos nunca los encontré, a pesar de estar muertos y no poderse mover; suceden muchas cosas extrañas cuando eres niño y el hecho de que las aves son reptiles no lo puedes aceptar.


El cielo y sus argumentos no son siempre tan importantes: Opino que las religiones tienen problemas, algunas son demasiado agitadas y alaban de más, le dan mucha importancia al dinero y mencionan frecuentemente a satanás. Yo pierdo el tiempo encontrando personas que han venido del cielo, que están cada vez más cerca de casa, casi tanto que se empiezan a alejar.

Yo no olvido algunas cosas, me hacías pensar en lo azul del cielo, aunque eres de otro lugar.

.jhnlss

Friday, May 2, 2008

Como el tono dulce de un tomate, junto a un cremoso pedazo de queso, del barato, demasiado artificial, existencial, anticuado. A cada instante de la vida, se nos ocurre vomitar.

De cierto modo pierdo el tiempo, enchufado a vasos simples, con agua o algún líquido pastoso, de los que sirven en los bares vacilantes, a los que un perdedor suele ir, a enloquecer de manera alcohólica, efervescente como mi sangre, estimulada por los besos y caricias de alguna chica que pasa por tu vida, sobrecargada de vitaminas para aguantar la presión.

Que igual estalla, en pedazos animados, irrisorios; como días de decadencia y muchos nervios.

Las zapatillas de alguien van danzando bajo las gotas de agua que caen por placer; sus cordones te atan de pies y manos, haciéndote caer, para volverte a levantar y tal vez, continuando tu día a día, enmascarado por ahí.

Sientes que todo te agobia, te asustas al verte “pensando” como un animal mecánico, que sólo sabe pelear y escapar; no existe nada más: escapar y pelear; todo a la vez, para hacer las cosas más confusas, las cosas de las que siempre hablo.

Me preocupa el sólo hecho de actuar, de ir frente a la gente sin saber quién diablos soy, es peor así, cuando todos te conocen menos tú y nadie se sorprende por tu acento extraño y por la forma en que gesticulas al hablar, a mi personalmente me parece idiota.

Otros te cuestionan tantas cosas a la vez que te aburren, te cuesta tanto mirarlos a la cara sin decir: “demonios!”

Otros ni siquiera te cuestionan, esos son más aburridos, porque no tienen nada para peguntar, cuando todo parece terminado, parecen amar permanecer, no morir nunca, salir a comprar los domingos comidas rápidas, imaginarias, como la que comen aquellos que te quieren matar, por los ojos que no cambiarán, yo te lo juro.

Muchas miradas penetrantes te hacen buscar en todas partes: debajo de tus medias tiradas en el piso; en las drogas de tu amigo; a la salida del subterráneo. En cualquier lugar.

Basta de no estar junto a nadie, basta de haber vivido entre tantas cosas de las que no me arrepiento, pero pude haber evitado, por no elegir dormitar, de seguro por mi miedo a las cosas oscuras, o por temor a no despertar.

Yo, ese día recuerdo, después de haberme inyectado, creer no estar, pensar no amanecer, dejar repentinamente de respirar y morir atragantado, mientras muchas arañas, o cerdos, no recuerdo bien; se me aproximaban de manera entrecortada, como una taza de café, cuando se ha roto en mil pedazos, o en mil setenta y tres.

Yo hice muchas cosas malas en mi vida, me sentí de mil maneras diferentes, o mil setenta y tres... tal vez más. Yo hice muchas cosas buenas en mi vida, me cuidé de los caramelos en la calle, en manos de personas extrañas que tanto quieren hacerte mal, respeté a las cosas que creí personales y trascendentes, no se confundan por favor; la cuestión es trascender, transgredirte el rostro, desfigurarte la piel, hasta borrar tu actualidad, volviéndola algo del pasado, junto a las cosas que no volverán; como los insectos que se mueren, porque ya no pueden vivir.

Como tomar insecticida para perder eternamente los días : debajo de tus medias tiradas en el piso; en las drogas de tu amigo; a la salida del subterráneo. En cualquier lugar.

Me siento disperso, como decapitado, dando pasos esquivos, silenciosos... como pasos de decapitado.

Pasos de decapitado.

A través de las ventanas de vidrio del lugar donde trabajo he visto muchas cosas este año: cobardes en busca de algunas monedas, refugiados en un pedazo de metal que deberían conservar en el culo, en lugar de andar por las calles, jugando con la jodida vida de los demás. A menudo me incomodan muchas actitudes de las personas, actitudes de las que seguramente yo también soy preso, por mi búsqueda líquida de las que no lo son también, nadie me dijo nada respecto a “no ser humano”, ni los niños de la calle, ni las chicas de los demás; de ninguna manera, tal vez después.

Otros entran y no dicen nada, al fin y al cabo nadie les pagará por hablar. Parecen no sentarse cuando se sientan, parecen no hablar al hablar; mis manos se queman con el vapor de la humeante máquina para concretar cafés, que nunca llegan a nada, personas que vienen y van, personas en busca de pan, miles de personas, con armas o si ellas, eso ya me da igual.

Algunos no comen y otros comen de más, funcionan, considero que no todos de la manera correcta, tal vez muy pocos, casi ninguno; al menos para mi.

Me canso de estar parado del otro lado de la pared de vidrio por donde pasan los que no entran, por donde caminan los que no están; los que dicen saludarte y los que llevan prisa; los que están de vuelta; los de cabello azul... o los que no tienen cabello. Me canso: de los que no vienen a visitar; de los que vienen y después se van; de los que dan vuelta como torbellinos frente a mis ojos, cuando me dicen muchas cosas a la vez y no me puedo concentrar.

Me asusta mucho la idea de perder la cabeza, de caminar sin equilibrio por las calles camino a casa, de tener un espacio vacío sobre mi cuello, de no poder pensar.

Decapitado se me complicaría un poco la vida, volverían mis problemas de salud dental, mis adicciones a “las cosas que no se tocan”, la incertidumbre del querer no estar y no enfrentarte nunca y muy seriamente con todo lo que buscas olvidar, a toda costa, incluso la de los demás, los malditos demás que tanto me confunden y me hacen preguntarme estupideces, una y otra vez.

Los que no comen mientras parecen hacerlo, porque le roban la comida a los demás, los malditos demás que tanto me confunden y me hacen preguntarme estupideces, una y otra vez.


No estoy de acuerdo con trabajar el primero de mayo, porque me gustan las cosas sencillas.

PD: a.h.! que descanses en paz.
Para dos.

En la tina de baño que está en mi casa hay algunos lugares donde se estanca el agua; y si no tienes cuidado te puedes ahogar, principalmente en las noches, cuando todos duermen y nadie escucharía tus pataleos de ahogado para poderte ayudar; sobre todo en las esquinas, donde el jabón parece flotar en el aire, pero no. Algunas personas sonrieron tenebrosamente, por temor a que las cosas que pasaron, no hubiesen pasado, aún cuando el día era oscuro y se notaba claramente, por los pájaros sobrevolando, que la lluvia sería implacable y que los autos sobre las calles húmedas de la ciudad, resbalarían hasta matar a miles de personas, aplastándolas contra cualquier cosa estática, como los otros autos, los estacionados, o las casas de los demás. La televisión me pone muy nervioso, pero serviría para que todos se enteraran, de los autos asesinos, que parecían bailar al estilo criminal, para un lado y para el otro. Como los que bailan rock & roll, haciendo el amor completamente vestidos, hasta rasgárseles el alma, mientras escuchas tus tímpanos sangrar.

Cada gota parece romperse en mil pedazos, al chocar contra mi cuerpo, como una bomba... cuando estalla:... boom(muy calladamente). Para no despertar a los que duermen, pues se pueden enojar y matarnos, como se mata a los molestos.

En días como estos un viejo camina descalzo, pisando los restos de excremento y las colillas de cigarrillo que arrojo desde mi balcón, contra el farol que está encendido todas las noches frente a él y luego cae al pavimento, como lo hacen los humanos cuando no pueden escapar.

En esa parte del barrio se escucha siempre la misma canción salir, tétrica y meliflua como en antaño, como los colores improvisados. Quienes la tocan no interesan, pues son tres pobres hombres, hermanos de sangre y algo más, que se maquillan para ocultar sus rostros de persona, porque le huyen a la realidad y sonríen cuando están solos y lo harán hasta morir. Porque saben demasiado, tanto que lo han ido olvidando poco a poco, todo. Admiro sus agallas y los secretos que cambian diariamente, dentro de las notas de su anochecida canción, que se parte en pedazos, al pie de mis palabras, que están aprendiendo a caminar.

Escupo en la pared. A veces me sangran las encías; a veces me doy la vuelta y me retiro y a veces no. Camino con los ojos abiertos, hasta no poder dormir y me lavo las manos, porque estoy enfermo: porque las siento sucias, cuando no lo están.

Por eso bailo en la bañera, antes de que se estanque el agua y se vuelva peligrosa, antes de pisar el jabón y morir accidentado, o antes de tirarme a descansar por un momento, olvidando respirar.

El jabón tal vez no es un problema; después de todo: lo mejor del rock & roll, es que puedes patear las cosas.
Jesús había muerto el día anterior, lo juro.

No traté de evitar reducirme a pocas palabras, pero en momentos así, en que la gente a tu lado empieza a desaparecer, quedan pocas opciones; el cabello de los que bailan no siempre tiene el mismo color, nadie se preocupa... ni por la brisa, ni por los peces que pasan volando a través del espacio vacío entre mis anteojos y yo; todos continúan bailando, por qué detenerse?

Si recuerdo detenidamente la manera en que tomaba estos asuntos hace un par de años, me veo a mi mismo sentado sin entender nada frente al televisor, que muy posiblemente haya estado apagado los últimos 21 años, sin que yo me diera cuenta.

A veces soy un tipo disperso, mis pies van por un lado, tratando de pisar los lugares sin mierda de perro que se aproximan velozmente a nuestros zapatos; mis manos recorren el cuerpo ausente de otras personas y a veces el mío; sin que yo me dé cuenta.

Y muchas cosas pasan así, a mis espaldas; personas dejan de estar, otras aparecen y yo no soy el mismo aunque lo intento ser.

A veces, cabizbajo, miro al cielo, me debilito y mi cuerpo pesado no puede caer; la vida está esperando, pero dudo demasiado. Dudo de la limpieza de mis uñas, dudo de tener buen aliento; pero nunca dudo sobre qué autobús tomar, porque cualquier esquina es buena para detenerse, cuando tu destino ha quedado atrás, olvidado en alguna mañana, desde tu balcón.

Las personas desde abajo, miraban hacía arriba, muy cerca de donde estabas tú; otros dicen que es un cometa. Yo también creía en los ángeles y en las ciudades encendidas en llamas, con cuervos volando pico arriba, con las patas hacia delante, que guiaban sus oscuros cuerpos, total instinto animal.

Eso quiero ser yo.

Cuando el viento sopla muy fuerte me gusta salir al balcón y estrellarme contra él. A pesar de los guerreros egipcios, que desde la calle se sacuden a un ritmo violento, como infernal, pero en invierno. Converso con las cosas para no aburrirme; aburrirse es como perecer, con muchos cigarros en las manos, dos, quizás tres, dos entre los dedeos de mi mano izquierda y uno entre los dedos de mis dos pies... es más fácil conversar con las cosas, con los ceniceros llenos y los vacíos, los encendedores de colores con sus llamas llenas de vida, con gas para estallar en mi cara, hasta hacerme fallecer, por no haber saltado antes del balcón y volar con el viento en lugar de estrellarme contra él y contra los malditos guerreros egipcios que se sacuden cuando perezco y me aburro; cuando converso con las cosas.

Si la luna no se pone violenta esta noche, saldremos volando del edificio nena, huérfanos de orientación.

Cuando quiero escuchar las cosas que no puedo escuchar, cierro los ojos, a veces me cuesta tanto volverlos a abrir, que permanezco escuchando... hasta quedarme dormido, entre fantasmas violeta, que se esconden entre mi ropa sucia y mi piel, junto a mis canciones y también las de los demás, junto a mis dedos.

Son fantasmas de siempre, de nunca más, de algún vaso de agua o de miradas... no sé. No me puedo detener porque ellos están, lo sé por sus relojes, que no paran de sonar, cuando para dormir cierro tanto la ventana que nada se ve. Quién demonios habrá inventado los relojes y la maldita regla de no caminar sobre el agua, los agujeros en las medias, las canciones de coldplay.


Para algunos las cosas son muy raras, los rostros, las manos de la gente, los teléfonos públicos y el éxtasis de las flores acabadas de cortar. Para otros las cosas son distintas: las eses son fecales y no las quieren escribir.

Estoy de acuerdo con cerrar la boca y volar como los cuervos de esta porquería... estrictamente igual.

Thursday, March 20, 2008


Sunflw3rDs
Tus huesos:

Cuánto ha quedado atrás, mis ganas de abandonarlo todo, mis días autodestructivos; incluso el ruido ha quedado en silencio, pero no me logro convencer.

Tus huesos van por ahí, como narcotizados, adulando las miradas más rojas que sobre ellos se posaren; tambaleándome al pasar frente a mi, lanzándome contra la basura, como un mamífero volador activado frente a los acontecimientos. Tu y tus huesos están en mi contra, porque corren en reversa cuando estoy cerca de ti, porque esquivan mis palabras y me intentan atrapar por los pies, mientras duermo por las noches, o al menos intento dormir. Porque te transformas en todas las cosas extrañas que me suceden, haciéndome sentir intoxicado, intentando respirarte en el aire, inventándome olores de ti. Deberías estar muerta.

Empiezo a caminar muy lentamente, como un robador de bancos tratando de guardar prudencia, antes de recibir seis tiros en el pecho y dos en la cabeza; por eso corro para no amontonar silencios; corro y me estrello en cada esquina, con los autos, si no se mueven y las panaderías; con las mierdas en la acera, con los malditos policías; las aves inconscientes que se incineran frente a mis ojos. Como en “Capricornio Fire”... otro lugar especial; donde las canciones también se acaban y se pierden al ser castigadas por dios y tus creencias, tus dedos y tus obscenidades apasionadas.

Aparecen sonando trompetas, por sobre todo lo demás; cientos de caballos, cabalgados por valientes asesinos de carne y hueso, como tus huesos; miles de ellos ebrios, con sed de mal, angustiados por sus pecados y por la manera desvergonzada en que nos tocamos y olvidamos como hablar; no están. Y las trompetas no los anuncian, porque está de más, aunque los siga imaginando aparecer, cabalgando las paredes de mi edificio, dejándose entrar desde mi balcón, a una muy borrosa velocidad.

Borrosa como los cables en mi memoria, encargados de unir mis recuerdos con alguna ciudad, algunos rostros, algunas formas de comunicarse... algunas veredas que casi no están.

Yo siempre me escribo cosas en las manos, para así recordar... pero en algunos lugares las palabras no quieren decir nada y no puedo entender lo que digo, por más que me esfuerce y me tiré en el piso a quejarme, hasta de tu presencia.

Yo siempre respiro aunque no pueda respirar, se ha vuelto una forma confiable de mantenerme vivo, en estos momentos en que todo parece lanzarse contra mi cuerpo: las tazas, las plumas y las latas vacías de conservas que a veces compro en el chino de la esquina.

Yo siempre le pido a la gente que no diga nada, pero detesto sus silencios ilimitados, sus palabras a medio decir y muchas cosas más; a mí, por detestar esas cosas absurdas que se me ocurren, por pedirle a la gente que no diga nada, cuando tal vez muero por escuchar cualquier bestialidad.

Yo siempre escribo objetos de los que no estoy seguro, porque de los que estoy seguro me quiero equivocar; aunque algunos sigan prefiriendo volarse la sien y me digan lo contrario, yo también digo lo contrario, porque es más divertido no estar seguro.

Yo siempre me detengo en las esquinas a comprar cigarrillos, aunque no haya dónde comprarlos... y (llamémoslo) Douglas, el tipo de esta historia, lo suele hacer también.

Su cama no tiene sábanas, su cuerpo tampoco; sus pies andan descalzos, hasta que se calza para no estar más así, se ha clavado pequeños pedazos de vidrio, de algunas botellas o vasos que se hayan podido haber roto. Algún momento de alcohol. Las gotas de sangre siempre acabaron temprano, las cicatrices se van sanando con el tiempo y después ya casi nada importa; yo también uso zapatos sólo por protección o por frío... o vergüenza, no sé.
Ha pasado mucho tiempo desde que no llamó a casa, nadie parece esperarlo, nadie parece entender su idioma, lo que dice se vuelve inestable, voltea la cabeza a cada instante, para atrás, pero nunca nadie gritó su nombre. A veces, tropezando, camina hacia cualquier rincón y en el piso, si es de madera, se tumba a pensar en números y voz alta y se fuma sus cigarros mal armados... y se fuma los cigarrillos de los demás, separa las ideas no con comas, con íes griegas, porque le gusta la mitología, aunque no sepa nada de ella, ni siquiera dónde está Grecia, ni mucho menos qué es.

Opina que las cucarachas son aves y desea, absorto, escucharlas cantar. Quisiera ser como una de ellas y volar por los cielos blancos, surcando las nubes celestes; esperando la noche por siempre, para aturdido acostarse a dormir. Las cucarachas pisan sus platos mal lavados y eso a él le parece complicado; va y se afeita como de costumbre, por si se presenta alguna nueva despedida, o algún idiota capitalista intenta contratarlo para trabajar.

Algún día dejará de hablar frente a los espejos colgados al revés dentro de su ducha, esperando que le respondan sonoramente, a los movimientos desquiciados, que al bañarse intenta hacer; pero es alguien inflexible y cada tanto se logra lastimar, hasta quedar sin manos para sostener los tenedores de comer, hasta quedar sin tenedores de comer, hasta quedar sin comer; caer desplomado en el piso y no llegar nunca hasta él.

En casa hay un ventilador de techo que está en el piso; un colchón roto a punto de volar por la ventana que da a la calle Ecuador y una lámpara que ilumina mucho y que no estamos acostumbrados a utilizar, tal vez para no ver algunas cosas y convencernos de que no están.

Douglas abre lentamente la puerta de su casa para salir, va descalzo, por protección. En sus manos: los cigarros. Las llaves las ha dejado adentro, por si decide no volver. Baja las escaleras, no el ascensor; Sale a la calle, no al ascensor... y se despide, por si decide no volver.


.jhnlss

Friday, March 14, 2008

Las armas son negras, yo me desarmo a colores.

Como algunos de esos tipos americanos, amigos de los talibanes. Descompuestos estomacalmente, emitiendo sonidos putrefactos, llamativos y lluviosos, lamentablemente vestidos.

Algunas paredes son blancas, con manchas marrones de humedad, que crecen constantemente dibujando el frío de alguna soledad, día tras día, sopesando tu personificación y todas las cosas que puedan no gustarte dentro de tu hogar.

De alguna manera aparece apacible ante ti, tu habitación, una morada de voces azules, voces a luces que desearía yo, no sonar. Compatibles agujeros eléctricos decorando las paredes blancas, con manchas marrones de humedad. Ahora todo lo que podrían decir será suficiente, será vagabundo, psicosomático, como por error.

Lo marrón de las manchas no sé por qué, de lo que sí estoy seguro es de algún cuerpo desnudo, volando sin alas como un planeador, en espacios reducidos; cuando no hay visitas en casa. Son manchas marrones de cualquier color, maculando los espacios vacíos por los que hay que luchar... porque algunos defendemos los espacios vacíos, son el lugar perfecto para llenar con algo; algo que nos sobre con etiquetas prestadas, con temores decapitados, por suerte y sin ropa, nuevamente.

Son marrones indecisos, que intentan ser precavidos por temor a dios, a la virgen maría... a todo lo demás.
Son marrones que varían, como las mírgenes.
Son tamaños marrones que no caben ya más.
Son colores marrones, por su aspecto obsceno.
Son espacios vacíos, que no sabes imaginar, porque nadie te enseñó.
Marrones perfectos, imitando la suciedad; las mentiras: tu realidad.

Marrón implícito en la luz de tu mirada, marrón... porque es un color cálido y la vida intenta darte la mano, en esos momentos de oscuridad, cuando se manchan tus paredes, seguramente no sólo por lo triste de la humedad y los días poco hábiles de dios en que todo está mal.

Marrón porque es un color curtido, de alta solubilidad, una palabra meramente utilizada por falta de imaginación. yo opto por lo inflamable del marrón y mis desajustes; opto por el sol... esas buenas vainas.

Es como fumar, pero a las trompadas, lastimando el humo, rompiendo su boca hasta hacerla sangrar, como jim morrison. Ocultándonos de las tardes rojas, durmiendo en cajas grandes que parecen de cemento, pero son de cartón, como nosotros.

Son de cartón porque queman como el fuego, como las tardes rojas, como los temas de the doors; como el azul si fuera rojo... o como si lo fuera cualquier otro color. Como el fuego cuando quema, simulando minúsculamente el calor del sol. Saturado cuando es sacudido, sorpresivo cuando es bordó.

A veces los prefiero sacudidos, los rojos, pero sacudidos.

Sangran porque tienen vida, porque de nada sirve escasear de pasión, porque ya la lluvia es transparente y la sangre tenía que ser de otro color.

Y dios dijo que el rojo era así, y desde entonces las cosas rojas: son rojas; porque dios pensaba que estaba bien. Porque ya la lluvia era transparente, antes de que el hombre fuera un animal más, sobre la tierra colmada de sustancias locas, capaces de hacerte sentir conocer la divinidad; que es blanca, extrema, un color del que no puedo hablar.

Algunas armas son negras, algunos se vuelan la sien; con armas reales que matan gente, matan ideas y animales también.

Por eso las armas son negras y de innegable inutilidad.

Wednesday, March 12, 2008

Ilegal.

Que se nos tape la nariz, como puñaladas dominicales, de martes al atardecer; al fin y al cabo existen los estornudos, acompañados de sus bruscos movimientos de cabeza hacia adelante y mocos fuera del cuerpo para liberar la atención, aunque parezca contradictorio.

Que se nos tape la razón, para poder estornudar sin preguntas, ni dudas; ni aquellos recuerdos de momentos faltos de claridad y canciones de jimi hendrix; son como himnos en mis encías sangrantes, alguien se despide queriendo escapar de esta ciudad de superstición. Los jueves a la tarde, de tiempo sin perecer.

Nadie conoce mi nombre, a pesar de que me dicen john; se permiten voltear la mirada y viajar, se permiten deshacerse en el mar, eterno como el amor y como la falta de amor para los corazones estereotipados, en un núcleo típico de consecuencias turbulentas, oscuras y sin necesidad. De abdómenes flácidos y sonrisas flotantes, austeras, cabizbajas, como en aerosoles de color; o transparentes como yo... casi invisibles.

Algunos les llaman mochilas emocionales, para mi es simplemente horror.

Otros se cansan de hablar de si mismos, como de un hermano gemelo, que se viste con ropas distintas, propuestas en colores conflictivos.

Otros aman el sonido de los pianos, y detestan sus propias canciones cuando son tocadas por alguien más, me parece que unos escapan en silencio, de estos lares sedientos de mi, siempre compitales.

Vi a alguien sentado, balbuceando cosas aún no dichas, muy difíciles de entender; reinando despacio, con mucha calma, a pesar de lo rápido del mundo que gira a diestra y siniestra, si importarle que podamos salir volando de él, hasta perdernos para siempre en lo infinito del desánimo.

Me atacan los productos de la televisión, los cortaúñas mal lubricados, el silencio de tus labios y mis manos emborrachadas, que de repente se levantan contra mi cuello, provocándome problemas de respiración.

Esta noche amanecemos , iracundos, como embrazados... a punto de detonar, a punto de empujarnos por las escaleras que se inventan frente a mis ojos, mientras tu descansas en paz, sobre tu colchón para dormir... yo escapo de esta ciudad, para no irme jamás.

Monday, March 10, 2008

Los perros hablan.

Todo ha estallado; los árboles todavía no se pueden mover; los perros hablan, dramáticamente. El aire ya no es tan diáfano... los puntos y comas siguen sirviendo para separar ideas.

Cuántas veces pudo haber alguien imaginado los sonidos de un piano, muy torpes por cierto, como si no se supieran tocar a si mismos, ignorantes, descabellados. Cuántas llamadas telefónicas a personas extranjeras dentro de su propio país, cuántas cosas por escuchar... otras tantas por decir, todo pierde sentido cuando los perros hablan.

Es una frase común, pero es cierta: No sé qué hacer. Las cosas parecen empezar a caerse, mientras la mujer dentro de mi ordenador menciona lo tarde de las horas, de un día que pronto llega a su fin, un día del que quiero escapar todos los días.

Algunos artículos indígenas, colgados en casa, podrían servir para evitarme el asombro ante las cosas sin explicación que toman parte de mis manos al empezar a pisar las teclas, que pierden las letras sobre ellas escritas; para mi es común no saber qué sucede, hace algún tiempo ya que decidí no correr el riesgo de entender las cosas, no sé si ha sido fructífero, pero ha sido... y me acostumbré; después de todo entender siempre trae problemas.

Quizás no, quizás soy un negador y prefiero escapar de las razones opuestas a lo que se razona frente a un espejo, se ve todo del otro lado y a veces no se ve.

Absolutamente nada.

Algunos prefieren tener mascotas en casa, haciendo las veces de personas, yo prefiero los perros.

Los perros hablan.

.jhn

Sunday, March 9, 2008

Los Descuidados

Es sencillo. Das un par de pasos al frente, caminas intentando no reconocer a ninguna de las personas que sin razón dan vueltas frente a ti, cuando escribes alguna canción de ruta, en los filos de tu balcón lleno de sugestiones; que: con rostro desarticulado, caminan por ahí, entre la confusión cotidiana de los días en que logras despertar con vida.

y sin darte cuenta, estás diciendo: adolescentes! Porque adolecen. Y te quejas porque se quejan, con las mismas fuerzas con que tu te quejaste.

Las calles están cada vez más vacías, mucho más vacías que otras noches y de ellas se levantan, descuidados por nosotros, los que realmente somos y vamos evitando ser.

Has crecido un poco, aprendiste a no pensar:

Los Descuidados:

... algunos descuidados olvidan su rostro,
los demás no sé:

y aunque sus días se tiñen con los colores que piensan,
y las canciones que suenan son siempre familiares,
de agradable compañía y estructura algo obsoleta;
continúan los descuidados, paso a paso, entre colillas,
conduciendo torpemente sus cuerpos animales,
guiándose mediante olores que despiden otros cuerpos,
lánguidos de sentimiento, con palabras al revés,
que muchas personas no consiguen entender.

Y la piel les va sobrando, cada día un poco más.

Yo cuando me descuido dejo escapar las cosas que pienso y muchos de mis amigos suelen encontrarse con ellas por cualquier lugar; los que no son mis amigos también, pero no me conocen.

Los descuidados se biblifícan, confundiendo todo a su rededor; se desnucan al quedar sin opciones, se desnudan para buscar el placer, descansan atónitos frente a la t.v. imaginando artefactos que nunca crearán. Babean demencias y estructuras orales a medio construir, lloran cuando se hace tarde para dar un abrazo, abrazan para no sentirse solos, tratando infructuosamente de imitar a un no descuidado. Renuncian a la multitud, a la nulidad de sus pensamientos magistrales; deducen, ficticiamente, su vida mediante los demás, que sirven de poco cuando estás en el fondo de una botella de güisqui; a medio terminarte, desde adentro, distraído por el alcohol... no suelen ser suficientes para embriagarse de ellos mismos, descuidan todo a su paso y van descuidando gente, como si fuese algo normal.

Otros atienden sus negocios apretando el rostro, imitando la parte de atrás de nuestros cuerpos, bajando por la espalda, delicadamente; miran para arriba esquivando las respuestas que necesitas, se desprenden mientras tu los miras, muy fijamente, hasta atemorizarlos; te vas, porque te molesta la situación; buscas alguna caricia; te buscas en el reflejo de las vidrieras sucias, llenas de manos que se han ido, manos que ya no están.

Das vueltas por los rompecabezas mal colocados, carentes de piezas y de historias móviles que te hagan estallar, se hace de noche... hace algo de frío, puedo ponerme una campera si tienes calor, tal vez yo no lo tenga.

Los descuidados observan asesinatos en su cuerpo, pronunciando nombres de personas que han quedado atrás, pero que aparecen para descontrolarte, desorbitan sus ojos a propósito, para ver hacia todos lados a la vez. No saben que están descuidados, pero lo sospechan, piden palabras de la gente, piden manos en sus manos, para sentirse seguros, aunque no siempre funcione, aunque sea simplemente manos, que fluctúan, para mí siempre fluctúan, no me aburriré de decirlo por algún tiempo (que no existe), que se vuelve indefinible.

Los descuidados son como los muertos, pero descuidados; como las canciones por escribir, que están debajo de mi cama, entre tanta oscuridad, entre mis labios y mi corazón, que enmudece ante la desorientación de las ideas y las noches frías en que debería hacer calor.

No sabré nunca qué decir, no sabré nunca cómo sucedió todo, creo que ya mucho no me importa; pero sigo sin respuestas y mi espíritu, en forma de interrogación, se retuerce dentro de mi cabeza.

Los consuelos pertinentes están totalmente sobrando, nosotros permanecemos esperando algún acontecimiento extraño, y cosas que nunca suceden, comienzan a escapar de mi control. Suceden.

Aprendí a distinguir entre el cielo y el suelo; entre tus labios mojados. Mis letras, extrañadamente, se van agigantando, sin que yo logre desviar mi atención distraída.

Adoptas postura de papel, estimulas las acciones; dependes del aire frente a ti, caducas ante su ausencia. Caminas hacia todos lados, te callas con cada silencio, que tus descuidados oídos logran escuchar... y crees no estar escuchando nada; donde suenan calaveras y canciones, que de manera aislada traduces equívocamente... no has sido dotado para interpretar.

Pero interpretas.

Caminas bajo la lluvia, con cara de león. Enfrentas las sobrecargas del amor, iluminas la oscuridad; como un vientre enamorado, que consuma sus mariposas, al hacer el amor.

Mueren.
Entiéndase axila, como amor.

Hay ocasiones en que las palabras de los ancianos, parecen no tener sentido. Hay ocasiones en que te sientes aburrido, con las rodillas recogidas, sentado sobre el piso, por donde tantas veces caminas al no tener qué hacer, tus manos fluctúan entre abrazarte o no, entre quitarte el frío, quitarte la vida... quitarte la ropa, para dejarte congelar; son sinceras, indefinibles... fluctúan o no.

Al abrirse la puerta de telas rojas, como si no hubiese más nada que pensar, apareció desprevenida una mujer absurda, de muchos años de edad, lo supe enseguida, por su carcomida piel, sus blancos pelos viejos, su forma de no caminar.

Lo supe al verme sentado frente al computador, de espaldas a la puerta de mi cocina, que súbitamente se abre, haciendo ese ruido incomodo de todas las puertas mal lubricadas, que ruegan por reparación. Las puertas son como las piernas de las casas.

Pero sobre todo lo supe, porque desde niño los viejos me hicieron creer en las cosas en las que nadie decide creer, tal vez por su propia necesidad de hacer realidad alguna mentira mal contada... tal vez sólo por cortesía o ganas de asustar.

Si mi abuela no estuviera viva juraría que era ella, muchos años después de la última vez que la vi.

La mujer caminaba sin moverse, muy lentamente. Por segundos no la lograba ver, por segundos no estaba, ella o yo, da igual. Sus palabras se hacían muy largas, largas, pero efímeras, difíciles de distinguir entre tanta basura tirada por las calles, entre tantos olores impetuosos dentro de casa, contra los que a veces, por error, combato, porque me recuerda el olor de las personas, cuando están por morir... me asusta y prefiero cerrar mi boca, tengo miedo de explotar por mis malos pensamientos, de saltar en cámara lenta y atravesarme en el ventilador de techo que está en la habitación y que en las noches gira, simulando ventilación, pero es pasajero, como muchas cosas que ustedes detestan; como mis malos pensamientos.

Como el amor; como la vida; como las noches de Buenos Aires, desde hace algún tiempo. Como las mujeres antiguas que aparecen desde la cocina de mi casa y que perturban mi visión y mis oídos, si les permito escuchar. Reconozco que es imposible callarla, transpiro, no me puedo mover, por eso me detengo, en exceso.

Las cosas han cambiado de lugar una vez más, me cuesta recordar como ha quedado todo así, las sillas se vuelven inútiles, se sientan sobre mi cabeza, mis muelas desaparecen constantemente, haciéndolo parecer una cosa normal; mis huellas han cambiado de lugar, a veces creo que me piden que las siga y yo aún no estoy seguro, me pregunto si será retroceder. No debería preguntarme tanto las cosas, mucho menos cuando trata de mis huellas y de los lugares hacia donde tengo que ir. Es inoperante.

Es como si las cosas trataran de estimularme; el problema con las mujeres antiguas es que surgen, no siempre parecen traer pies y su aspecto no debería hacerte temblar de miedo, pero lo hace. Aunque cierres los ojos para no mirar, porque estas cosas no necesariamente se ven... eso es lo más doloroso.

Debería imaginar cosas productivas, debería imaginarme consiguiendo un empleo y no escribir idioteces que sólo a mi me hacen sentir bien, debido a mi acaparamiento destructivo.

Debería eliminar todas las canciones de mi lista de reproducción, creo que me están haciendo daño; me hacen recordar cuando, sin ganas, camino por las noches de mi barrio, mirando la basura retroceder a un ritmo abusador. Latas y desperdicios vienen tras de mi, bolsas plásticas para residuos, cientos de papeles arrugados, seguramente de algún escritor vendado, intentando hacerse alguien, a pesar de sus desmembraciones cotidianas de la realidad; millones de calaveras danzando sin capacidad bajo la lluvia, dentro de las botellas de coca cola que también parecen querer escapar de si mismas, tal vez volando sus ideas, con un disparo en la cabeza; para no existir jamás, obviando la eternidad de esa palabra, porque más eterno es el amor y se nos va; como el dolor, con medicamentos... como la basura, que retrocede, cuando la miro a un ritmo abusador.

Debería dejarla ir sin preguntar, sin siquiera haber pensado que estuve allí, sin dejar mi boca abierta y deshidratarme lentamente; amor con combustible y un cigarro por favor; alguna amiga me da fuego?, tengo muchas ganas de fumar, hasta hacer boom... me considero carburante; hasta hacer boom; y no logro despertar.

Ellas son como las casas, cuando estás lejos de tu hogar; se confunden entre otras como ellas, casi siempre sin medida, haciéndote perder los sentidos, cuando tú lo único que quieres es sentirte cobijado, seguro y con abrigo; ellas se confunden y se alejan calladamente, dejando huellas antiestéticas, en cualquier maldito país.

Huellas antisépticas, excepto por su olor, por su ropa o sus cabellos, por su falta de expresión; yo opino que hay cosas más complicadas que una axila, sobre todo si su único problema es pronunciarla correctamente, como a mi.

La basura me detesta y creo que es lo mejor.

Ps: Entiéndase axila como amor.

Thursday, February 28, 2008

El tiempo es Imposible
Si el planeta usara zapatillas algunas cosas andarían mejor; detesto a las mujeres que se le acalambran los dedos, los perros policías y los policías que son perros, que roban tus drogas, para ellos consumir. Por eso vuelves a casa, a darte un baño, porque mañana hay que trabajar, olvidas dónde está tu cama y tu comida te ataca, sin que te des cuenta, por detrás. Los días normales no son tan normales, intentas no caminar mientras caminas, intentas no mirar a nadie cuando lo miras, intentas no mirar la hora en los relojes de la gente, porque el tiempo es imposible, incluso de digerir. Intentas disimular tu ebriedad, necesitas tiempo de sobra, en la lona, recibiendo guantes, a toda velocidad y con una increíble capacidad de resolución visual de la imagen, mencionada tan sólo para darle utilidad a la tecnología.

Últimamente he perdido todos mis logros en casa, no tengo mascotas y por ahora no las quiero tener, pero de alguna forma continúo encendiendo mis cigarros y compro encendedores, casi a propósito, para volverlos a perder; para volverme loco.

El tiempo es imposible cuando esperas, a veces crees que deberías morir; a veces crees que debería morir, el tiempo, no tú, no de nuevo. A veces cuelgas de la lluvia, que cuelga de las nubes, que cuelgan del cielo, los testículos de dios, que cuelga de tu mente, sin que lo puedas explicar; ya no me asusta la gente que cuelga por las calles, incluso dentro de los autos, que no se mueven y de los que hablo tanto. Van todos muertos por ahí, colgando de los árboles, colgando de los aires y de sus cabellos, si son pares.

Masticando chicles de piel ruidosa, sentados con las piernas cruzadas, sintiendo nuevamente las mismas cosas, sin poder dormir, de tu habitación... sin poder salir. Quebrarías tu cuello, por escapar de allí, por eso cuelgas de algún árbol, o del aire, o de tus cabellos, si son pares. Soportas tu mal aliento y tu falta de madurez, que atenta contra las cosas que sueles decir.

Maldices el ciclo, pero esperas; miles de personas caminan a tu lado, aunque la gran mayoría no está; ellos llevan relojes para el tiempo, para intentar controlarlo, porque son tipos puntuales y con cero rock and roll.

Mientras ellos miran sus muñecas, yo voy perdiendo el tiempo, cada día un poco más, sin temor a no encontrarlo, sin temor a las chispas que vienen saltando tras de mi, de todas las personas que prendí fuego, por temor a recordar.

Todos están vivos y son cada día más, seguramente me vaya a dormir, hasta que se haga de día y mañana deje de correr como un tarado, a muchísimos kilómetros por hora, contra la esquina más filosa de alguna casa violenta.

El tiempo es imposible, cuando yo no sé qué hacer.
.jhn


Apaga los ojos:

Cuando el viento sea impredecible, cuando creas que no podrás seguir evitando resquebrajarte, cuando todo lo que eras se ha ido a la mierda y tu incapacidad de reacción maneja los acontecimientos; apaga los ojos por un segundo, será eterno, será para siempre, aunque nada sea para siempre... será para siempre.

Apagar los ojos no siempre se consigue, duele la cabeza y los órganos laterales se te pueden caer, yo dudaría en hacerlo, sobre todo cuando llueve, no me gusta agacharme a recoger mis pulmones del suelo húmedo, humeantes; justamente sin mis brazos y muchas personas extrañas, observando al rededor.

Los hombres inteligentes apagan las luces, se desvanecen en la oscuridad y recubren sus lugares con flores de colores, que siempre están de más, porque no se pueden ver. Yo soy como leones en la calle, soy como miles de leones intentando despegar, soy una maldita no creencia, un despojo de lo que puedo llegar a ser, alguien que escucha por las calles voces apretadas: “cuidado campeón, el diablo anda suelto”... (y hace estupideces, para mi que hace estupideces). Frente a mí camina lento, y canta músicas color café, siempre entona dulcemente, aunque su aliento apesta, casi tanto como el mío y evita que mis amigas en la habitación, puedan afinar su guitarra... y ella levanta el teléfono, olvidando al diablo alado, mío; que está junto a mi. Cabizbajo, el diablo, dilata su mirada y aturdido me cuestiona; le asustan las cosas que puedo, yo, pensar de dios; ella sigue en la guitarra, se suicida abiertamente, es una chica sensible, de las que mueren sin razón.

Algunas personas la vieron agonizar, preferirían tener la mente nublada y cosas volando por ahí, cuando entablaban una discusión, cuando todo trata de no hablar. Pero ella era distinta, no era normal; yo le contaba los ojos cada día, y los labios, y los dedos de los pies, me aseguraba de que todo fuera siempre así; por eso era distinta, yo no era normal. Pudimos acariciarnos un par de veces más y evitarnos días absurdos, de esos en los que no quieres vivir, cuando todo suena igual, cuando tus palabras se te escapan, se van volando por el aire y tú, detrás de ellas, corriendo como un tonto, enfermando la ciudad y sus estúpidos silencios a la hora de la siesta, porque yo no puedo dormir; y los estúpidos que duermen, porque es necesario.


Pintaba las uñas de sus dedos, menos una; disparaba entre mis piernas, queriendo evitar mi reproducción, le faltaba algo de puntería, siempre fue mala para esas cosas; siempre dijo las palabras incorrectas; siempre calló, siempre cayó. Permanece en silencio, aunque yo imagine escucharla, por temor a su “no estar”; por temor a millones de segundos, buscando sus palabras en los labios de alguien más, buscando sus palabras en mi ventilador, distorsionadas, como ella, cuando agarrada de mis manos, hablaba frente a el.

Tal vez la espero a ella sonar, detrás de esas muy suaves melodías locas, que provienen de mi desperdiciado ventilador, cuando estoy en la cocina, o en cualquier lugar de mi confundida casa, mi lugar para vivir. La espero a ella aparecer, detrás de lo que dice, después de lo que dice o lo que pueda llegar a decir.

En innumerables ocasiones dependí de no tener una persona a mi lado; al tratar de inventármela siento que por dentro estoy lleno, que no me falta nada, siento que por fuera no está, que poco a poco muero, que deseo vomitar, que puedo gritarle sin medida a idiotas con los culos reventados, que intentan hacerme creer todas sus mentiras. Camisas y pantalones de mierda, hechos todos para vender.

El tiempo es implacable, remarca las ausencias, sabe mucho de esperar, no termina, no existe; ella odiaba el tiempo, nos robaba compañía; también canciones y besos, sobre todo besos, porque son los más necesarios, cuando no tienes nadie a quien besar. De repente había orquídeas, tiradas por todas partes, bailando con desesperación, atentando contra el suelo, contra mi empinado corazón; en casa ella saltaba, al derecho y al revés, se detenía a decir cosas extrañas, nunca la entendí, pero la amaba, creo que la amaba... creo que ella a mi.

Simplemente todo se desprendió, ella, el teléfono y su guitarra; arden en el fuego, sentados junto a mi, mordiendo sin cuidado alguno, los pedazos de piel que nos cuelgan de la piel, y con ellos el amor, que nunca está de más.

Si hubiese apagado mis ojos nada sería así, pero no los apagué.

Yo prefiero experimentar las cosas sin sentido de la vida.

.jhn

ps: apago las luces y las vuelvo a encender, a pesar de las mil abejas que se abortan en mi cara, que prefieren la oscuridad... y a mi, sin hablar, sin cabeza.

Wednesday, February 27, 2008

Mudanzas paulatinas.
(prohibido arrodillarse, sin antes morir)

soy un león de terrenos no fangosos; cicatriz de mis pasos, pasos hacia atrás.

Un hombre se debe arrancar la piel, dejarla por allí enganchada en las puntas punzantes de algún alambre; rascarse el alma a quemarropa; deshilachar sus manos, para encontrar su sangre; despegar despacio, sin pedir acción; saciar sus ganas de sentirse amado; amar como animal, como un maldito animal, que defiende amor sin confundirse, con sus dientes y sus mugrientas uñas, sucias de tan sólo amar, incluso en soledad.

Un hombre debe alejarse, debe entretenerse a golpes con la vida, pegando primero, pegando dos veces; hasta morir, sin arrodillarse.

Un hombre debe asfixiar, silenciosamente, a los fantasmas sueltos que van por ahí, hablando mierda, sin identificación.

Yo golpeo a mis problemas, en el lado izquierdo de su estómago, una y mil veces hasta hacerlos llorar; yo golpeo a mis problemas, con un tubo de metal, los aniquilo y me voy sólo por ahí, porque nadie me acompaña, nadie parece esperarme. Algún día me iré descalzo y con nostalgia me diré adiós, me abandonaré frente al televisor, me veré partir a otras tierras, siempre muy lejos de mi. Y seguiré engullendo problemas, saltando hambriento por los campos, llenos de situaciones sangrientas, que corren a baja velocidad, mientras yo lanzo improperios a la ausencia: de tu mirada, y de lo suave que pudiese ser tu piel, si te llego a acariciar.

Un hombre debe flotar siempre, de entre los restos de su cuerpo inerte y sin cabeza, de entre la ausencia de amor, de entre si.

Leones en la calle, cambiando de piel como serpientes, fugándose de la incomunicación, a como de lugar.

.jhn
sueno, mientras volar se vuelve complicado.

suenan los pájaros, explotan en el aire;
veo sus cuerpos, de felicidad.

el aire explota en el aire;
volar se hace complicado,
por eso empiezo a volar,
junto a los pájaros que explotan en el aire.

Sueno.
Poema de escasos recursos mentales, de circunstancias estrepitosas, similares a la caída de los objetos, que caen despiadadamente sobre tus sábanas, en los momentos azules, en que decides huir:

La leche y el queso tienen mucho en común.

.jhn (descanso a toda velocidad)

Saturday, February 23, 2008

Poema de los hombres indormibles.

Yo.

Yo escribo temas como un tipo culpable, que pasa; muy suavemente, los dedos angustiados de cada una de sus manos; por sus labios, sólo para atormentarse cada vez más, al no encontrar otra cosa que palabras a medio decir y pedazos sucios de un beso que ha quedado atrás...

Complemento mis días con algo para comer, líquidos derramados sin placer, agitados sobre mi estómago y hago el amor cuando no sé que decir, porque para eso es el amor... y nada más.

Generalmente no sé que decir.

Monday, February 18, 2008

Ventiladores azules


Estás triste por estar sola?

Yo también he estado triste por estar solo, se me desfigura el rostro... olvido como escribir algunas palabras, necesarias para esta ocasión y me ataco despacio, intentando no perder el tiempo.

... aún no consigo imperfeccionar las imágenes de ti, cuando no estás.

A veces me pregunto en la oscuridad, y no me respondo; he despertado miles de veces en lugares ajenos a mi habitación, tal vez en algún acolchado, tirado en cualquier lugar del país... muriendo de calor.

Los espejos en casa me ven comer, a pesar de mi temor de mí; no corro, correr sería cobardía, creo que me prefieres ver muerto. Conversarías con mis huesos hasta hacerlos llorar y de los gusanos ni hablar, comerías de mis restos por haberme perdido y te desarticularías en fragmentos retorcidos y pedazos mártires de vacío, que sin duda son capaces de hacerme eyacular, cuando los dejas de lado; siempre descuentas mis historias, mis problemas y mis fotos, las ocultas tontamente y me borras de los días en que estuvimos juntos, cuando estás a mi lado.

Te borras y entonces, cuando llueve, siento que te extraño, a pesar de no haberte visto nunca, pero sólo en los casos en que me convenzo de no haberte visto nunca, sino sería estúpido; poco a poco se ha vuelto necesario.

Empiezo a decir cosas que nunca terminaré de decir, mis pensamientos se acentúan en mi oscurecida piel y mis parpados se cierran, mientras yo busco, en mis recuerdos, las palabras que me faltan, para decirte las cosas que no logro decir; me atormento, hago ruido.

Empiezo a pensar cosas que nunca terminaré de pensar, hasta perder los cabellos de mi mano y sentirme un ser desagradable.

Empiezo a sentir cosas que nunca terminaré de sentir, sonrío desquiciadamente, por temor a la felicidad y muero de calor, porque morir de otra cosa no da, a menos creo que fluyo, recorro mi cuerpo con tu mirada, te vuelo los sesos y veo como mi cabeza abierta, está inmóvil en el pavimento, ya no me puedes hablar, porque mis palabras terminaron para siempre, porque tus palabras están de más, como tú en mi vida y tus caricias en mi piel; ya no puedes hacer nada, ya no podemos ni siquiera respirar y de a poco, olvidamos torpemente, la manera en que solíamos caminar. Nos vamos volviendo idiotas y evitamos, en silencio, mirar para atrás, maldecimos a los espejos, somos tan iguales que reventamos de placer, siempre un poco más.

Reventamos los espejos, colgamos de ventiladores azules.

Nos reventamos demasiado, nos hacemos daño, nos alejamos y morimos; nada novedoso.


ps: (De tanto inventarte, puedo decir, que le hice una mujer al amor.

La mayoría de las personas que admiro están muertas y yo quiero ser como ellos.)

No sientes antes de entenderlo?, porque a mi me caen muchas cosas pesadas sobre la cabeza, incluso cuando me escondo para evadirlas.


.jhn.
después de todo creo que te has ido haciendo innecesaria.
cosas GORDAS
Te drogas y te masturbas, sin saber qué hacer, percusiónas oblicuamente, como queriendo acelerarte por segundos, obviando un estallido corazonal, o cosas por el estilo: que simulan la realidad.
Acepto que corrí, de manera despavorida, fui una prosopopeya, deseosa (aunque debería decirse deseante), de alivianar, en las noches frías, la conjugación del verbo amar.

Es un verbo traicionero.

Al final, mi corazón estalló y para decirlo mejor sobre mi, narrando en primera persona, siento como que me tiemblan las manos y lentamente me comienzo a adormecer:

Boom, te aceleraste por segundos y de tanta estimulación, no sabes si te drogas o te masturbas.

John roth alonso pitty, mejor conocido como john roth alonso pitty.
No Hay Prosa (como queriendo vomitar)

El señor que se encarga de apagar la luna por las mañanas empieza a trabajar, temprano por la tarde, al caer el sol... sobre tu cabeza. Suenan algunos relojes, despertadores vacíos, a lo lejos: como un ave maría mal recitado, de forma descontrolada, en momentos no católicos, cuando apostamos por correr, salvando con cuidado nuestro ausente corazón, porque es más lindo así.

Mientras, algunos vuelan su cabeza. (bang)

La familia Sánchez está atrás, yo estoy aquí, con otros muertos solos, medio locos por las cosas pares que contamos sin cesar. Algunos creerán que he encontrado la paz, pero por algún extraño motivo no puedo evitar decir; mordiendo mis ojos para no llorar: odio que las cosas siempre estén en el último lugar en que las busco. Sería más sencillo al revés.

Los muertos:

Con ese defecto característico en nuestros ojos, mirando hacia lugares distintos, cuando realmente vemos un solo lugar. Todos tuertos y descalzos, buscando gotas caídas de tu cuerpo, notablemente imperfecto, como los que me enloquecen al pensar; flotamos.

Quién diría que yo algún día, me iba a volcar (sin hacer movimiento alguno, sin mirar mis espaldas, ni las armas escondidas en casa, por si algún día se me complica todo y se vuelve necesario escapar), sobre mi cuerpo inmóvil, escribiendo en mi computador, desangrado.

Cosas de cobardes.

Enciendo el televisor hasta enloquecer, hasta perder la razón, de la misma forma en que te perdí a ti...

Mirarme, por cuestiones de actitud y falta de personalidad.

Seguramente miles de personas mueren mientras leas está línea.

Los muertos morimos de frío y de ganas morir.
Los muertos andamos despacio, evitando deshacernos y dejar nuestras carnes podridas por ahí.

A veces, en silencio, entonamos canciones de verdad, cuando el señor dios se encarga de otras cosas y nosotros nos podemos divertir. Me han dicho que en otros lugares los muertos aún pueden hablar; moriría por estar allí y decir todas esas cosas que disimulo como idiota, por temor a tus espaldas, giradas rotundamente ante mis ojos, segundos después de escucharme hablar.

Los muertos mueren dulcemente, soñando siempre con poder vivir, todos los días, todas las noches, todos los besos y las caricias que dejé en tu cuerpo.

Eso y algunas cosas más, mientras el señor dios continúa distraído y en una esquina de el cementerio, los muertos más jóvenes se drogan, después de hacer el amor.

El muerto, es un tipo de considerable acción, la prosa en sus manos; sus manos, en cualquier lugar. Se queja por las noches de la soledad, de un cementerio tan complejo, de otros muertos de mal olor... dice cosas alocadas, como queriendo vomitar.
Pensé que podía ocultarme tras mi mano.

Me intenté hacer el estúpido, hablando cosas sin sentido y sintiendo cosquillas en mi garganta, cuando los gusanos empezaban a escalarme, desde adentro, por mi parte vacía.

Recuerdo haber intentado inmovilizarme, te miré fijamente para darte seguridad, me di la espalda y corrí por las calles sin salida; escapé de tus miradas, hasta quedar totalmente solo, lo suficiente como para sentirme, ahora, perdido. Pero disfruto de esas cosas extrañas de las que suelo disfrutar, me diluyo para perder consistencia, entre botellas que veo y están vacías. Entre recuerdos que me debilitan los pelos y atentan, vehementes, contra mi estabilidad emocional y mi equilibrio... cuando camino.

Como cuando nos vemos desde lejos, a través de algún vidrio sucio, yo puedo imaginarte: incapaz de cerrar los ojos, para empezar a ver.