Wednesday, July 2, 2008

Atropellar a Jesús en la iglesia San Marcos:

Todo es verde; al menos desde la parte interior del auto, sus ventanas rotas no han terminado de caer, parecen telarañas de vidrio por romperse en millones de pedazos, muy cerca de mis ojos y de todos los vasos sanguíneos que explotan en mi cuerpo.

Desde pequeño le tuve miedo a las tres de la tarde; recuerdo, en la parte trasera de mi casa, la iglesia de la barriada; un lugar extraño, colmado de personas que se caen y de puertas tenebrosas que muy seguramente no conduzcan a ningún lugar interesante, o tal vez es donde los santos se cambian, cuando los empleados de la iglesia salen a comer. Estoy seguro de que muchas veces algunos de los jesuses colgados de la pared, clavados a una cruz, pudieron pronunciar alguna palabra, o al menos cambiar la dirección de su mirada, mientras la mayoría miraba hacia otro lugar, donde no pasaba nada. Los cuadros en vidrio pegados en la pared, describen de a pedazos el vía crucis, mientras la mayoría miraba hacia otro lugar, donde no pasaba nada. Incluso, el lánguido padre, vestido de blanco y con acento ibérico decía su misa, mientras la mayoría miraba hacía otro lugar, donde no pasaba nada. Y las aves que solían volar fuera de la iglesia continuaban volando, oliendo las carnes podridas dentro de aquel sagrado lugar, donde la mayoría miraba hacia otro lugar, donde no pasaba nada. Tus vasos sanguíneos se dilatan, sin dar marcha atrás, baja tu presión, explotas en pedazos diferentes de los que salen cosas de manera misteriosa, como en una película de jodorowski.

Jesús divaga despacio por el jardín de tu casa, confundido sobre donde caminar de nuevo, por las luces de colores y las flores a cinco mil seiscientos grados kelvin.
Y los chorros de sangre que salen de mi nariz me inundan la habitación y salen por la ventana, haciendo como ver sangrando mi edificio, que ha estado varias veces a punto de morir. Algunos idiotas son cada vez más idiotas; pierden el tiempo... las personas no deberíamos morir, ni acercar cosas extrañas a nuestra nariz... no deberíamos tener nariz.

No deberíamos tener nariz para que no nos haga falta, para no tener que respirar, ni oler, como símbolo sagrado de nuestra nación.

A mi cuando mi madre me escribió; “tu sabes que ese día salíamos a comer y pasábamos juntos”; se me detuvo todo por un segundo, todo se quedó en silencio, muerto en su descontrol: mis labios no parecían ser míos, mucho menos mis palabras, mis amigos, mis canciones. Mis dedos se hinchaban poco a poco, resquebrajándoseles la piel, mis ojos (cuando los abría) y las uñas de mis pies. Fue como millones de detonaciones contra mi pecho (a quemarropa, con unos jeans puestos), mi maldito pecho que atenta contra mi salud, por el humo de los cigarrillos que estúpidamente me fumo, por las veces que caigo como retardado por las escaleras del lugar donde trabajo sin que nadie me haya visto y es que me traicionan los pies cuando camino y las escaleras han sido lo más parecido a la muerte desde hace algún tiempo, a lo largo de mi vida, desde que estoy por morir intoxicado, con gasolina en mis pulmones a punto de estallar. Paso mi lengua por mis labios y cierro los ojos abiertos, para poder olvidar las imágenes que van a la mente de las personas cuando recuerdan; por los que viven, por los que lloran y por los delgados que arden en el infierno, un día de estos van a desaparecer. Esto y mucho más entendí de mi madre, cuando me dijo: “tú sabes que ese día salíamos a comer y pasábamos juntos”

Bebería toneladas de alcohol, mataría a miles de personas, golpearía repetidamente mi cabeza contra los bloques de cemento que conforman la palabra hogar, me pegaría dos disparos en la sien y las personas que, mientras llueve, van saltando una detrás de otra por las húmedas calles asesinas, que componen el otro lado de la ventana que está en mi habitación... y los cables del tendido eléctrico, con sus pajaritos oscuros que bajo la lluvia están a punto de explotar; mueren, las personas.

Tal vez no deberíamos morir, sino pregúntenle a dios. Tal vez no deberíamos morir.
Ahí va Jesús sobre su cortadora de césped; el sol, tapado por las grises nubes que se colocan entre él y la tierra, no es tan intenso, ha perdido por momentos su espantosa magnitud de carbonizar y hacer despellejar la piel de tipos como Jesús, que se han hecho eco de todos aquellos los que van por ahí sobre su cortadora de césped.

Jesús continúa dando vueltas alrededor, a través de la ventana francesa del comedor de una casa; mis manos se juntan, entrelazando sus dedos y aniquilando sin piedad el espacio en blanco entre ellos, como si una de mis manos fuera de otra persona y no mía, como si a veces despertara colgado de los tobillos de un árbol oxidado, y estando al revés sin poder morir viese a Jesús acercarse brevemente y a todo color, sobre su cortadora de césped, hasta mi rostro, impactando contra él hasta el punto exacto en que el golpe de una cortadora de césped al rostro de una persona puede desbaratarle la vida. Métodos medievales para robar la vida de los seres humanos, si yo fuera dios la sangre sería cyan, el color único de todos los líquidos que nos brotan del cuerpo, inclusive cuando sentimos placer y también al escupir.

Si yo fuera dios habría un abanico de opciones para morir y la gente comprendería la ausencia de los que de repente no están, sentados en una silla mecedora en la puerta de su casa, que tiene aspecto blues, como de Nueva Orleáns.

Los líquidos:
(Filmar el desequilibrio)

“las Especies del Origen”
por: Darles Charwin.

Silencio en el enorme salón, los tiburones que flotan entre ustedes no deberían hacerles daño, ni siquiera deberían aparecer; son frases escritas en la pared, por donde nunca pasa nada.

Si observan cuidadosamente el piso, notarán que es un inmenso espejo en el que estamos reflejados, dentro del enorme salón de paredes color vino tinto, ventanas de marcos blancos e inconsistentes, con vidrios rotos a través de los que sin mucho esfuerzo, vuelan estúpidas las aves, con las patas hacia adelante y la cabeza hacía atrás; son aves oceánicas que vuelan al revés, pues son originarias del otro lado del mundo, donde: técnicamente todos, al igual que los de este lado o sea nosotros, estamos dados vuelta, con los pies donde correspondería que esté la cabeza de los demás.

Miles de simios con ropas diseñadas en Milán, Nueva York y Paris, se lanzan como cerdos por colinas minadas, ante la mirada atónita de todos dentro de aquel enorme salón de paredes color vino tinto y gigantes monitores espontáneos que cautivan la atención de los presentes, de aquellos que no se pueden lanzar, por temor al puerco humano que en silencio y poco a poco se intenta reventar a balazos, a partir del estómago.

Y tu cuerpo, colgando de tus intestinos sudorosos empieza a buscar a dios, en los orificios de su nariz, entre los dedos mutilados de las víctimas de la guerra, convulsiona, se descarta y aplaude como último recurso.
Humanos.

Los fantasmas del barrio van murmurando. Algunas estatuas en casa parecen saberlo, se asustan y se dan vuelta para mirar la pared, cuando las calles tiemblan tras los arriesgados pasos, en medio de los taxis y los carteles de improvisación que cuelgan algunos puestos de verduras.

En cuanto a las líneas:
Cuánto es demasiado, cuánto es mucho si te cuesta decir las palabras correctas, quién puede decir cuánto es demasiado. Seis, siete líneas o más, personas tiradas en el piso como si no hubiera nada mejor que hacer, otros caminando por el living de tu casa, de espaldas a las cosas que suceden cuando está vacía.

Las gotas que caen desde el grifo del lavamanos sin poder detenerse, a veces parecen querer decir algo... a veces creo querer escucharlo. Salimos de casa y ellas siguen allí, desprendiéndose muy disimuladamente, como si continuáramos en casa y buscasen llamar nuestra atención. Los papeles esparcidos por todo mi escritorio con números telefónicos de personas extrañas que han ido dejando de existir, hasta convertirse en un simple número de teléfono al que, muy seguramente, nunca llamaré.

Las cosas siguen pasando mientras no estamos y es que para eso fueron inventadas las cosas; las que pasan y las que no también, las gotas de la lluvia cuando hace mucho frío y los paraguas dibujados en los brazos de la gente, en el punto exacto donde los heroinómanos se inyectan, se han vuelto algo común en los descuidados que andan por las calles, perdidos entre los taxis detenidos por lo abrumador de los pasos fantasmales y todos sus murmuros.

Nos “vemos” eventualmente; aunque siempre apaguemos las luces mientras hacemos el amor.


Epistaxis; la clave de la felicidad (liderazgo, carisma, competitividad, y personalidad)

Todo parece estar en silencio, “Stuff you gotta watch” (Muddy Waters); el corazón se te pretende paralizar, desde la punta de tus dedos afilados o desde el lado derecho de tu cerebro en ebullición; desde el vientre cálido de la chica con la que haces el amor o desde el día miércoles 18 de junio, que desde hace un tiempo se ha ido haciendo más corto y parécete desaparecer, como un día perecedero, sin ningún tipo de explicación, perverso, de falso mirar y vestido de novia... sin sentido; igual a como desaparecen las personas, que en tu vida, no han vuelto a aparecer. No es muy creativo morir el día de tu cumpleaños por una sobredosis de estimulación, cuyo máximo porcentaje se encuentra acumulado en tu estómago, que dicho sea de paso, corre el riesgo también de desaparecer; como las personas que desaparecen y los, en menor cantidad, días miércoles 18 de junio de algún lugar. Yo opino que las líneas deberían morir y poder ver personas saltar desde sus balcones.

Hay muchas cosas a las que no le ves sentido, y me parece extremadamente bien, mujeres que intentan electrocutarse, con cables pelados conectados a los enchufes de la pared. Yo por ejemplo, muchas cosas de las que me enseño mi viejo no las he vuelto a recordar.