Friday, March 14, 2008

Las armas son negras, yo me desarmo a colores.

Como algunos de esos tipos americanos, amigos de los talibanes. Descompuestos estomacalmente, emitiendo sonidos putrefactos, llamativos y lluviosos, lamentablemente vestidos.

Algunas paredes son blancas, con manchas marrones de humedad, que crecen constantemente dibujando el frío de alguna soledad, día tras día, sopesando tu personificación y todas las cosas que puedan no gustarte dentro de tu hogar.

De alguna manera aparece apacible ante ti, tu habitación, una morada de voces azules, voces a luces que desearía yo, no sonar. Compatibles agujeros eléctricos decorando las paredes blancas, con manchas marrones de humedad. Ahora todo lo que podrían decir será suficiente, será vagabundo, psicosomático, como por error.

Lo marrón de las manchas no sé por qué, de lo que sí estoy seguro es de algún cuerpo desnudo, volando sin alas como un planeador, en espacios reducidos; cuando no hay visitas en casa. Son manchas marrones de cualquier color, maculando los espacios vacíos por los que hay que luchar... porque algunos defendemos los espacios vacíos, son el lugar perfecto para llenar con algo; algo que nos sobre con etiquetas prestadas, con temores decapitados, por suerte y sin ropa, nuevamente.

Son marrones indecisos, que intentan ser precavidos por temor a dios, a la virgen maría... a todo lo demás.
Son marrones que varían, como las mírgenes.
Son tamaños marrones que no caben ya más.
Son colores marrones, por su aspecto obsceno.
Son espacios vacíos, que no sabes imaginar, porque nadie te enseñó.
Marrones perfectos, imitando la suciedad; las mentiras: tu realidad.

Marrón implícito en la luz de tu mirada, marrón... porque es un color cálido y la vida intenta darte la mano, en esos momentos de oscuridad, cuando se manchan tus paredes, seguramente no sólo por lo triste de la humedad y los días poco hábiles de dios en que todo está mal.

Marrón porque es un color curtido, de alta solubilidad, una palabra meramente utilizada por falta de imaginación. yo opto por lo inflamable del marrón y mis desajustes; opto por el sol... esas buenas vainas.

Es como fumar, pero a las trompadas, lastimando el humo, rompiendo su boca hasta hacerla sangrar, como jim morrison. Ocultándonos de las tardes rojas, durmiendo en cajas grandes que parecen de cemento, pero son de cartón, como nosotros.

Son de cartón porque queman como el fuego, como las tardes rojas, como los temas de the doors; como el azul si fuera rojo... o como si lo fuera cualquier otro color. Como el fuego cuando quema, simulando minúsculamente el calor del sol. Saturado cuando es sacudido, sorpresivo cuando es bordó.

A veces los prefiero sacudidos, los rojos, pero sacudidos.

Sangran porque tienen vida, porque de nada sirve escasear de pasión, porque ya la lluvia es transparente y la sangre tenía que ser de otro color.

Y dios dijo que el rojo era así, y desde entonces las cosas rojas: son rojas; porque dios pensaba que estaba bien. Porque ya la lluvia era transparente, antes de que el hombre fuera un animal más, sobre la tierra colmada de sustancias locas, capaces de hacerte sentir conocer la divinidad; que es blanca, extrema, un color del que no puedo hablar.

Algunas armas son negras, algunos se vuelan la sien; con armas reales que matan gente, matan ideas y animales también.

Por eso las armas son negras y de innegable inutilidad.

Wednesday, March 12, 2008

Ilegal.

Que se nos tape la nariz, como puñaladas dominicales, de martes al atardecer; al fin y al cabo existen los estornudos, acompañados de sus bruscos movimientos de cabeza hacia adelante y mocos fuera del cuerpo para liberar la atención, aunque parezca contradictorio.

Que se nos tape la razón, para poder estornudar sin preguntas, ni dudas; ni aquellos recuerdos de momentos faltos de claridad y canciones de jimi hendrix; son como himnos en mis encías sangrantes, alguien se despide queriendo escapar de esta ciudad de superstición. Los jueves a la tarde, de tiempo sin perecer.

Nadie conoce mi nombre, a pesar de que me dicen john; se permiten voltear la mirada y viajar, se permiten deshacerse en el mar, eterno como el amor y como la falta de amor para los corazones estereotipados, en un núcleo típico de consecuencias turbulentas, oscuras y sin necesidad. De abdómenes flácidos y sonrisas flotantes, austeras, cabizbajas, como en aerosoles de color; o transparentes como yo... casi invisibles.

Algunos les llaman mochilas emocionales, para mi es simplemente horror.

Otros se cansan de hablar de si mismos, como de un hermano gemelo, que se viste con ropas distintas, propuestas en colores conflictivos.

Otros aman el sonido de los pianos, y detestan sus propias canciones cuando son tocadas por alguien más, me parece que unos escapan en silencio, de estos lares sedientos de mi, siempre compitales.

Vi a alguien sentado, balbuceando cosas aún no dichas, muy difíciles de entender; reinando despacio, con mucha calma, a pesar de lo rápido del mundo que gira a diestra y siniestra, si importarle que podamos salir volando de él, hasta perdernos para siempre en lo infinito del desánimo.

Me atacan los productos de la televisión, los cortaúñas mal lubricados, el silencio de tus labios y mis manos emborrachadas, que de repente se levantan contra mi cuello, provocándome problemas de respiración.

Esta noche amanecemos , iracundos, como embrazados... a punto de detonar, a punto de empujarnos por las escaleras que se inventan frente a mis ojos, mientras tu descansas en paz, sobre tu colchón para dormir... yo escapo de esta ciudad, para no irme jamás.

Monday, March 10, 2008

Los perros hablan.

Todo ha estallado; los árboles todavía no se pueden mover; los perros hablan, dramáticamente. El aire ya no es tan diáfano... los puntos y comas siguen sirviendo para separar ideas.

Cuántas veces pudo haber alguien imaginado los sonidos de un piano, muy torpes por cierto, como si no se supieran tocar a si mismos, ignorantes, descabellados. Cuántas llamadas telefónicas a personas extranjeras dentro de su propio país, cuántas cosas por escuchar... otras tantas por decir, todo pierde sentido cuando los perros hablan.

Es una frase común, pero es cierta: No sé qué hacer. Las cosas parecen empezar a caerse, mientras la mujer dentro de mi ordenador menciona lo tarde de las horas, de un día que pronto llega a su fin, un día del que quiero escapar todos los días.

Algunos artículos indígenas, colgados en casa, podrían servir para evitarme el asombro ante las cosas sin explicación que toman parte de mis manos al empezar a pisar las teclas, que pierden las letras sobre ellas escritas; para mi es común no saber qué sucede, hace algún tiempo ya que decidí no correr el riesgo de entender las cosas, no sé si ha sido fructífero, pero ha sido... y me acostumbré; después de todo entender siempre trae problemas.

Quizás no, quizás soy un negador y prefiero escapar de las razones opuestas a lo que se razona frente a un espejo, se ve todo del otro lado y a veces no se ve.

Absolutamente nada.

Algunos prefieren tener mascotas en casa, haciendo las veces de personas, yo prefiero los perros.

Los perros hablan.

.jhn

Sunday, March 9, 2008

Los Descuidados

Es sencillo. Das un par de pasos al frente, caminas intentando no reconocer a ninguna de las personas que sin razón dan vueltas frente a ti, cuando escribes alguna canción de ruta, en los filos de tu balcón lleno de sugestiones; que: con rostro desarticulado, caminan por ahí, entre la confusión cotidiana de los días en que logras despertar con vida.

y sin darte cuenta, estás diciendo: adolescentes! Porque adolecen. Y te quejas porque se quejan, con las mismas fuerzas con que tu te quejaste.

Las calles están cada vez más vacías, mucho más vacías que otras noches y de ellas se levantan, descuidados por nosotros, los que realmente somos y vamos evitando ser.

Has crecido un poco, aprendiste a no pensar:

Los Descuidados:

... algunos descuidados olvidan su rostro,
los demás no sé:

y aunque sus días se tiñen con los colores que piensan,
y las canciones que suenan son siempre familiares,
de agradable compañía y estructura algo obsoleta;
continúan los descuidados, paso a paso, entre colillas,
conduciendo torpemente sus cuerpos animales,
guiándose mediante olores que despiden otros cuerpos,
lánguidos de sentimiento, con palabras al revés,
que muchas personas no consiguen entender.

Y la piel les va sobrando, cada día un poco más.

Yo cuando me descuido dejo escapar las cosas que pienso y muchos de mis amigos suelen encontrarse con ellas por cualquier lugar; los que no son mis amigos también, pero no me conocen.

Los descuidados se biblifícan, confundiendo todo a su rededor; se desnucan al quedar sin opciones, se desnudan para buscar el placer, descansan atónitos frente a la t.v. imaginando artefactos que nunca crearán. Babean demencias y estructuras orales a medio construir, lloran cuando se hace tarde para dar un abrazo, abrazan para no sentirse solos, tratando infructuosamente de imitar a un no descuidado. Renuncian a la multitud, a la nulidad de sus pensamientos magistrales; deducen, ficticiamente, su vida mediante los demás, que sirven de poco cuando estás en el fondo de una botella de güisqui; a medio terminarte, desde adentro, distraído por el alcohol... no suelen ser suficientes para embriagarse de ellos mismos, descuidan todo a su paso y van descuidando gente, como si fuese algo normal.

Otros atienden sus negocios apretando el rostro, imitando la parte de atrás de nuestros cuerpos, bajando por la espalda, delicadamente; miran para arriba esquivando las respuestas que necesitas, se desprenden mientras tu los miras, muy fijamente, hasta atemorizarlos; te vas, porque te molesta la situación; buscas alguna caricia; te buscas en el reflejo de las vidrieras sucias, llenas de manos que se han ido, manos que ya no están.

Das vueltas por los rompecabezas mal colocados, carentes de piezas y de historias móviles que te hagan estallar, se hace de noche... hace algo de frío, puedo ponerme una campera si tienes calor, tal vez yo no lo tenga.

Los descuidados observan asesinatos en su cuerpo, pronunciando nombres de personas que han quedado atrás, pero que aparecen para descontrolarte, desorbitan sus ojos a propósito, para ver hacia todos lados a la vez. No saben que están descuidados, pero lo sospechan, piden palabras de la gente, piden manos en sus manos, para sentirse seguros, aunque no siempre funcione, aunque sea simplemente manos, que fluctúan, para mí siempre fluctúan, no me aburriré de decirlo por algún tiempo (que no existe), que se vuelve indefinible.

Los descuidados son como los muertos, pero descuidados; como las canciones por escribir, que están debajo de mi cama, entre tanta oscuridad, entre mis labios y mi corazón, que enmudece ante la desorientación de las ideas y las noches frías en que debería hacer calor.

No sabré nunca qué decir, no sabré nunca cómo sucedió todo, creo que ya mucho no me importa; pero sigo sin respuestas y mi espíritu, en forma de interrogación, se retuerce dentro de mi cabeza.

Los consuelos pertinentes están totalmente sobrando, nosotros permanecemos esperando algún acontecimiento extraño, y cosas que nunca suceden, comienzan a escapar de mi control. Suceden.

Aprendí a distinguir entre el cielo y el suelo; entre tus labios mojados. Mis letras, extrañadamente, se van agigantando, sin que yo logre desviar mi atención distraída.

Adoptas postura de papel, estimulas las acciones; dependes del aire frente a ti, caducas ante su ausencia. Caminas hacia todos lados, te callas con cada silencio, que tus descuidados oídos logran escuchar... y crees no estar escuchando nada; donde suenan calaveras y canciones, que de manera aislada traduces equívocamente... no has sido dotado para interpretar.

Pero interpretas.

Caminas bajo la lluvia, con cara de león. Enfrentas las sobrecargas del amor, iluminas la oscuridad; como un vientre enamorado, que consuma sus mariposas, al hacer el amor.

Mueren.
Entiéndase axila, como amor.

Hay ocasiones en que las palabras de los ancianos, parecen no tener sentido. Hay ocasiones en que te sientes aburrido, con las rodillas recogidas, sentado sobre el piso, por donde tantas veces caminas al no tener qué hacer, tus manos fluctúan entre abrazarte o no, entre quitarte el frío, quitarte la vida... quitarte la ropa, para dejarte congelar; son sinceras, indefinibles... fluctúan o no.

Al abrirse la puerta de telas rojas, como si no hubiese más nada que pensar, apareció desprevenida una mujer absurda, de muchos años de edad, lo supe enseguida, por su carcomida piel, sus blancos pelos viejos, su forma de no caminar.

Lo supe al verme sentado frente al computador, de espaldas a la puerta de mi cocina, que súbitamente se abre, haciendo ese ruido incomodo de todas las puertas mal lubricadas, que ruegan por reparación. Las puertas son como las piernas de las casas.

Pero sobre todo lo supe, porque desde niño los viejos me hicieron creer en las cosas en las que nadie decide creer, tal vez por su propia necesidad de hacer realidad alguna mentira mal contada... tal vez sólo por cortesía o ganas de asustar.

Si mi abuela no estuviera viva juraría que era ella, muchos años después de la última vez que la vi.

La mujer caminaba sin moverse, muy lentamente. Por segundos no la lograba ver, por segundos no estaba, ella o yo, da igual. Sus palabras se hacían muy largas, largas, pero efímeras, difíciles de distinguir entre tanta basura tirada por las calles, entre tantos olores impetuosos dentro de casa, contra los que a veces, por error, combato, porque me recuerda el olor de las personas, cuando están por morir... me asusta y prefiero cerrar mi boca, tengo miedo de explotar por mis malos pensamientos, de saltar en cámara lenta y atravesarme en el ventilador de techo que está en la habitación y que en las noches gira, simulando ventilación, pero es pasajero, como muchas cosas que ustedes detestan; como mis malos pensamientos.

Como el amor; como la vida; como las noches de Buenos Aires, desde hace algún tiempo. Como las mujeres antiguas que aparecen desde la cocina de mi casa y que perturban mi visión y mis oídos, si les permito escuchar. Reconozco que es imposible callarla, transpiro, no me puedo mover, por eso me detengo, en exceso.

Las cosas han cambiado de lugar una vez más, me cuesta recordar como ha quedado todo así, las sillas se vuelven inútiles, se sientan sobre mi cabeza, mis muelas desaparecen constantemente, haciéndolo parecer una cosa normal; mis huellas han cambiado de lugar, a veces creo que me piden que las siga y yo aún no estoy seguro, me pregunto si será retroceder. No debería preguntarme tanto las cosas, mucho menos cuando trata de mis huellas y de los lugares hacia donde tengo que ir. Es inoperante.

Es como si las cosas trataran de estimularme; el problema con las mujeres antiguas es que surgen, no siempre parecen traer pies y su aspecto no debería hacerte temblar de miedo, pero lo hace. Aunque cierres los ojos para no mirar, porque estas cosas no necesariamente se ven... eso es lo más doloroso.

Debería imaginar cosas productivas, debería imaginarme consiguiendo un empleo y no escribir idioteces que sólo a mi me hacen sentir bien, debido a mi acaparamiento destructivo.

Debería eliminar todas las canciones de mi lista de reproducción, creo que me están haciendo daño; me hacen recordar cuando, sin ganas, camino por las noches de mi barrio, mirando la basura retroceder a un ritmo abusador. Latas y desperdicios vienen tras de mi, bolsas plásticas para residuos, cientos de papeles arrugados, seguramente de algún escritor vendado, intentando hacerse alguien, a pesar de sus desmembraciones cotidianas de la realidad; millones de calaveras danzando sin capacidad bajo la lluvia, dentro de las botellas de coca cola que también parecen querer escapar de si mismas, tal vez volando sus ideas, con un disparo en la cabeza; para no existir jamás, obviando la eternidad de esa palabra, porque más eterno es el amor y se nos va; como el dolor, con medicamentos... como la basura, que retrocede, cuando la miro a un ritmo abusador.

Debería dejarla ir sin preguntar, sin siquiera haber pensado que estuve allí, sin dejar mi boca abierta y deshidratarme lentamente; amor con combustible y un cigarro por favor; alguna amiga me da fuego?, tengo muchas ganas de fumar, hasta hacer boom... me considero carburante; hasta hacer boom; y no logro despertar.

Ellas son como las casas, cuando estás lejos de tu hogar; se confunden entre otras como ellas, casi siempre sin medida, haciéndote perder los sentidos, cuando tú lo único que quieres es sentirte cobijado, seguro y con abrigo; ellas se confunden y se alejan calladamente, dejando huellas antiestéticas, en cualquier maldito país.

Huellas antisépticas, excepto por su olor, por su ropa o sus cabellos, por su falta de expresión; yo opino que hay cosas más complicadas que una axila, sobre todo si su único problema es pronunciarla correctamente, como a mi.

La basura me detesta y creo que es lo mejor.

Ps: Entiéndase axila como amor.