Entiéndase axila, como amor.
Hay ocasiones en que las palabras de los ancianos, parecen no tener sentido. Hay ocasiones en que te sientes aburrido, con las rodillas recogidas, sentado sobre el piso, por donde tantas veces caminas al no tener qué hacer, tus manos fluctúan entre abrazarte o no, entre quitarte el frío, quitarte la vida... quitarte la ropa, para dejarte congelar; son sinceras, indefinibles... fluctúan o no.
Al abrirse la puerta de telas rojas, como si no hubiese más nada que pensar, apareció desprevenida una mujer absurda, de muchos años de edad, lo supe enseguida, por su carcomida piel, sus blancos pelos viejos, su forma de no caminar.
Lo supe al verme sentado frente al computador, de espaldas a la puerta de mi cocina, que súbitamente se abre, haciendo ese ruido incomodo de todas las puertas mal lubricadas, que ruegan por reparación. Las puertas son como las piernas de las casas.
Pero sobre todo lo supe, porque desde niño los viejos me hicieron creer en las cosas en las que nadie decide creer, tal vez por su propia necesidad de hacer realidad alguna mentira mal contada... tal vez sólo por cortesía o ganas de asustar.
Si mi abuela no estuviera viva juraría que era ella, muchos años después de la última vez que la vi.
La mujer caminaba sin moverse, muy lentamente. Por segundos no la lograba ver, por segundos no estaba, ella o yo, da igual. Sus palabras se hacían muy largas, largas, pero efímeras, difíciles de distinguir entre tanta basura tirada por las calles, entre tantos olores impetuosos dentro de casa, contra los que a veces, por error, combato, porque me recuerda el olor de las personas, cuando están por morir... me asusta y prefiero cerrar mi boca, tengo miedo de explotar por mis malos pensamientos, de saltar en cámara lenta y atravesarme en el ventilador de techo que está en la habitación y que en las noches gira, simulando ventilación, pero es pasajero, como muchas cosas que ustedes detestan; como mis malos pensamientos.
Como el amor; como la vida; como las noches de Buenos Aires, desde hace algún tiempo. Como las mujeres antiguas que aparecen desde la cocina de mi casa y que perturban mi visión y mis oídos, si les permito escuchar. Reconozco que es imposible callarla, transpiro, no me puedo mover, por eso me detengo, en exceso.
Las cosas han cambiado de lugar una vez más, me cuesta recordar como ha quedado todo así, las sillas se vuelven inútiles, se sientan sobre mi cabeza, mis muelas desaparecen constantemente, haciéndolo parecer una cosa normal; mis huellas han cambiado de lugar, a veces creo que me piden que las siga y yo aún no estoy seguro, me pregunto si será retroceder. No debería preguntarme tanto las cosas, mucho menos cuando trata de mis huellas y de los lugares hacia donde tengo que ir. Es inoperante.
Es como si las cosas trataran de estimularme; el problema con las mujeres antiguas es que surgen, no siempre parecen traer pies y su aspecto no debería hacerte temblar de miedo, pero lo hace. Aunque cierres los ojos para no mirar, porque estas cosas no necesariamente se ven... eso es lo más doloroso.
Debería imaginar cosas productivas, debería imaginarme consiguiendo un empleo y no escribir idioteces que sólo a mi me hacen sentir bien, debido a mi acaparamiento destructivo.
Debería eliminar todas las canciones de mi lista de reproducción, creo que me están haciendo daño; me hacen recordar cuando, sin ganas, camino por las noches de mi barrio, mirando la basura retroceder a un ritmo abusador. Latas y desperdicios vienen tras de mi, bolsas plásticas para residuos, cientos de papeles arrugados, seguramente de algún escritor vendado, intentando hacerse alguien, a pesar de sus desmembraciones cotidianas de la realidad; millones de calaveras danzando sin capacidad bajo la lluvia, dentro de las botellas de coca cola que también parecen querer escapar de si mismas, tal vez volando sus ideas, con un disparo en la cabeza; para no existir jamás, obviando la eternidad de esa palabra, porque más eterno es el amor y se nos va; como el dolor, con medicamentos... como la basura, que retrocede, cuando la miro a un ritmo abusador.
Debería dejarla ir sin preguntar, sin siquiera haber pensado que estuve allí, sin dejar mi boca abierta y deshidratarme lentamente; amor con combustible y un cigarro por favor; alguna amiga me da fuego?, tengo muchas ganas de fumar, hasta hacer boom... me considero carburante; hasta hacer boom; y no logro despertar.
Ellas son como las casas, cuando estás lejos de tu hogar; se confunden entre otras como ellas, casi siempre sin medida, haciéndote perder los sentidos, cuando tú lo único que quieres es sentirte cobijado, seguro y con abrigo; ellas se confunden y se alejan calladamente, dejando huellas antiestéticas, en cualquier maldito país.
Huellas antisépticas, excepto por su olor, por su ropa o sus cabellos, por su falta de expresión; yo opino que hay cosas más complicadas que una axila, sobre todo si su único problema es pronunciarla correctamente, como a mi.
La basura me detesta y creo que es lo mejor.
Ps: Entiéndase axila como amor.
Hay ocasiones en que las palabras de los ancianos, parecen no tener sentido. Hay ocasiones en que te sientes aburrido, con las rodillas recogidas, sentado sobre el piso, por donde tantas veces caminas al no tener qué hacer, tus manos fluctúan entre abrazarte o no, entre quitarte el frío, quitarte la vida... quitarte la ropa, para dejarte congelar; son sinceras, indefinibles... fluctúan o no.
Al abrirse la puerta de telas rojas, como si no hubiese más nada que pensar, apareció desprevenida una mujer absurda, de muchos años de edad, lo supe enseguida, por su carcomida piel, sus blancos pelos viejos, su forma de no caminar.
Lo supe al verme sentado frente al computador, de espaldas a la puerta de mi cocina, que súbitamente se abre, haciendo ese ruido incomodo de todas las puertas mal lubricadas, que ruegan por reparación. Las puertas son como las piernas de las casas.
Pero sobre todo lo supe, porque desde niño los viejos me hicieron creer en las cosas en las que nadie decide creer, tal vez por su propia necesidad de hacer realidad alguna mentira mal contada... tal vez sólo por cortesía o ganas de asustar.
Si mi abuela no estuviera viva juraría que era ella, muchos años después de la última vez que la vi.
La mujer caminaba sin moverse, muy lentamente. Por segundos no la lograba ver, por segundos no estaba, ella o yo, da igual. Sus palabras se hacían muy largas, largas, pero efímeras, difíciles de distinguir entre tanta basura tirada por las calles, entre tantos olores impetuosos dentro de casa, contra los que a veces, por error, combato, porque me recuerda el olor de las personas, cuando están por morir... me asusta y prefiero cerrar mi boca, tengo miedo de explotar por mis malos pensamientos, de saltar en cámara lenta y atravesarme en el ventilador de techo que está en la habitación y que en las noches gira, simulando ventilación, pero es pasajero, como muchas cosas que ustedes detestan; como mis malos pensamientos.
Como el amor; como la vida; como las noches de Buenos Aires, desde hace algún tiempo. Como las mujeres antiguas que aparecen desde la cocina de mi casa y que perturban mi visión y mis oídos, si les permito escuchar. Reconozco que es imposible callarla, transpiro, no me puedo mover, por eso me detengo, en exceso.
Las cosas han cambiado de lugar una vez más, me cuesta recordar como ha quedado todo así, las sillas se vuelven inútiles, se sientan sobre mi cabeza, mis muelas desaparecen constantemente, haciéndolo parecer una cosa normal; mis huellas han cambiado de lugar, a veces creo que me piden que las siga y yo aún no estoy seguro, me pregunto si será retroceder. No debería preguntarme tanto las cosas, mucho menos cuando trata de mis huellas y de los lugares hacia donde tengo que ir. Es inoperante.
Es como si las cosas trataran de estimularme; el problema con las mujeres antiguas es que surgen, no siempre parecen traer pies y su aspecto no debería hacerte temblar de miedo, pero lo hace. Aunque cierres los ojos para no mirar, porque estas cosas no necesariamente se ven... eso es lo más doloroso.
Debería imaginar cosas productivas, debería imaginarme consiguiendo un empleo y no escribir idioteces que sólo a mi me hacen sentir bien, debido a mi acaparamiento destructivo.
Debería eliminar todas las canciones de mi lista de reproducción, creo que me están haciendo daño; me hacen recordar cuando, sin ganas, camino por las noches de mi barrio, mirando la basura retroceder a un ritmo abusador. Latas y desperdicios vienen tras de mi, bolsas plásticas para residuos, cientos de papeles arrugados, seguramente de algún escritor vendado, intentando hacerse alguien, a pesar de sus desmembraciones cotidianas de la realidad; millones de calaveras danzando sin capacidad bajo la lluvia, dentro de las botellas de coca cola que también parecen querer escapar de si mismas, tal vez volando sus ideas, con un disparo en la cabeza; para no existir jamás, obviando la eternidad de esa palabra, porque más eterno es el amor y se nos va; como el dolor, con medicamentos... como la basura, que retrocede, cuando la miro a un ritmo abusador.
Debería dejarla ir sin preguntar, sin siquiera haber pensado que estuve allí, sin dejar mi boca abierta y deshidratarme lentamente; amor con combustible y un cigarro por favor; alguna amiga me da fuego?, tengo muchas ganas de fumar, hasta hacer boom... me considero carburante; hasta hacer boom; y no logro despertar.
Ellas son como las casas, cuando estás lejos de tu hogar; se confunden entre otras como ellas, casi siempre sin medida, haciéndote perder los sentidos, cuando tú lo único que quieres es sentirte cobijado, seguro y con abrigo; ellas se confunden y se alejan calladamente, dejando huellas antiestéticas, en cualquier maldito país.
Huellas antisépticas, excepto por su olor, por su ropa o sus cabellos, por su falta de expresión; yo opino que hay cosas más complicadas que una axila, sobre todo si su único problema es pronunciarla correctamente, como a mi.
La basura me detesta y creo que es lo mejor.
Ps: Entiéndase axila como amor.
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