Jesús había muerto el día anterior, lo juro.
No traté de evitar reducirme a pocas palabras, pero en momentos así, en que la gente a tu lado empieza a desaparecer, quedan pocas opciones; el cabello de los que bailan no siempre tiene el mismo color, nadie se preocupa... ni por la brisa, ni por los peces que pasan volando a través del espacio vacío entre mis anteojos y yo; todos continúan bailando, por qué detenerse?
Si recuerdo detenidamente la manera en que tomaba estos asuntos hace un par de años, me veo a mi mismo sentado sin entender nada frente al televisor, que muy posiblemente haya estado apagado los últimos 21 años, sin que yo me diera cuenta.
A veces soy un tipo disperso, mis pies van por un lado, tratando de pisar los lugares sin mierda de perro que se aproximan velozmente a nuestros zapatos; mis manos recorren el cuerpo ausente de otras personas y a veces el mío; sin que yo me dé cuenta.
Y muchas cosas pasan así, a mis espaldas; personas dejan de estar, otras aparecen y yo no soy el mismo aunque lo intento ser.
A veces, cabizbajo, miro al cielo, me debilito y mi cuerpo pesado no puede caer; la vida está esperando, pero dudo demasiado. Dudo de la limpieza de mis uñas, dudo de tener buen aliento; pero nunca dudo sobre qué autobús tomar, porque cualquier esquina es buena para detenerse, cuando tu destino ha quedado atrás, olvidado en alguna mañana, desde tu balcón.
Las personas desde abajo, miraban hacía arriba, muy cerca de donde estabas tú; otros dicen que es un cometa. Yo también creía en los ángeles y en las ciudades encendidas en llamas, con cuervos volando pico arriba, con las patas hacia delante, que guiaban sus oscuros cuerpos, total instinto animal.
Eso quiero ser yo.
Cuando el viento sopla muy fuerte me gusta salir al balcón y estrellarme contra él. A pesar de los guerreros egipcios, que desde la calle se sacuden a un ritmo violento, como infernal, pero en invierno. Converso con las cosas para no aburrirme; aburrirse es como perecer, con muchos cigarros en las manos, dos, quizás tres, dos entre los dedeos de mi mano izquierda y uno entre los dedos de mis dos pies... es más fácil conversar con las cosas, con los ceniceros llenos y los vacíos, los encendedores de colores con sus llamas llenas de vida, con gas para estallar en mi cara, hasta hacerme fallecer, por no haber saltado antes del balcón y volar con el viento en lugar de estrellarme contra él y contra los malditos guerreros egipcios que se sacuden cuando perezco y me aburro; cuando converso con las cosas.
Si la luna no se pone violenta esta noche, saldremos volando del edificio nena, huérfanos de orientación.
Cuando quiero escuchar las cosas que no puedo escuchar, cierro los ojos, a veces me cuesta tanto volverlos a abrir, que permanezco escuchando... hasta quedarme dormido, entre fantasmas violeta, que se esconden entre mi ropa sucia y mi piel, junto a mis canciones y también las de los demás, junto a mis dedos.
Son fantasmas de siempre, de nunca más, de algún vaso de agua o de miradas... no sé. No me puedo detener porque ellos están, lo sé por sus relojes, que no paran de sonar, cuando para dormir cierro tanto la ventana que nada se ve. Quién demonios habrá inventado los relojes y la maldita regla de no caminar sobre el agua, los agujeros en las medias, las canciones de coldplay.
Para algunos las cosas son muy raras, los rostros, las manos de la gente, los teléfonos públicos y el éxtasis de las flores acabadas de cortar. Para otros las cosas son distintas: las eses son fecales y no las quieren escribir.
Estoy de acuerdo con cerrar la boca y volar como los cuervos de esta porquería... estrictamente igual.
No traté de evitar reducirme a pocas palabras, pero en momentos así, en que la gente a tu lado empieza a desaparecer, quedan pocas opciones; el cabello de los que bailan no siempre tiene el mismo color, nadie se preocupa... ni por la brisa, ni por los peces que pasan volando a través del espacio vacío entre mis anteojos y yo; todos continúan bailando, por qué detenerse?
Si recuerdo detenidamente la manera en que tomaba estos asuntos hace un par de años, me veo a mi mismo sentado sin entender nada frente al televisor, que muy posiblemente haya estado apagado los últimos 21 años, sin que yo me diera cuenta.
A veces soy un tipo disperso, mis pies van por un lado, tratando de pisar los lugares sin mierda de perro que se aproximan velozmente a nuestros zapatos; mis manos recorren el cuerpo ausente de otras personas y a veces el mío; sin que yo me dé cuenta.
Y muchas cosas pasan así, a mis espaldas; personas dejan de estar, otras aparecen y yo no soy el mismo aunque lo intento ser.
A veces, cabizbajo, miro al cielo, me debilito y mi cuerpo pesado no puede caer; la vida está esperando, pero dudo demasiado. Dudo de la limpieza de mis uñas, dudo de tener buen aliento; pero nunca dudo sobre qué autobús tomar, porque cualquier esquina es buena para detenerse, cuando tu destino ha quedado atrás, olvidado en alguna mañana, desde tu balcón.
Las personas desde abajo, miraban hacía arriba, muy cerca de donde estabas tú; otros dicen que es un cometa. Yo también creía en los ángeles y en las ciudades encendidas en llamas, con cuervos volando pico arriba, con las patas hacia delante, que guiaban sus oscuros cuerpos, total instinto animal.
Eso quiero ser yo.
Cuando el viento sopla muy fuerte me gusta salir al balcón y estrellarme contra él. A pesar de los guerreros egipcios, que desde la calle se sacuden a un ritmo violento, como infernal, pero en invierno. Converso con las cosas para no aburrirme; aburrirse es como perecer, con muchos cigarros en las manos, dos, quizás tres, dos entre los dedeos de mi mano izquierda y uno entre los dedos de mis dos pies... es más fácil conversar con las cosas, con los ceniceros llenos y los vacíos, los encendedores de colores con sus llamas llenas de vida, con gas para estallar en mi cara, hasta hacerme fallecer, por no haber saltado antes del balcón y volar con el viento en lugar de estrellarme contra él y contra los malditos guerreros egipcios que se sacuden cuando perezco y me aburro; cuando converso con las cosas.
Si la luna no se pone violenta esta noche, saldremos volando del edificio nena, huérfanos de orientación.
Cuando quiero escuchar las cosas que no puedo escuchar, cierro los ojos, a veces me cuesta tanto volverlos a abrir, que permanezco escuchando... hasta quedarme dormido, entre fantasmas violeta, que se esconden entre mi ropa sucia y mi piel, junto a mis canciones y también las de los demás, junto a mis dedos.
Son fantasmas de siempre, de nunca más, de algún vaso de agua o de miradas... no sé. No me puedo detener porque ellos están, lo sé por sus relojes, que no paran de sonar, cuando para dormir cierro tanto la ventana que nada se ve. Quién demonios habrá inventado los relojes y la maldita regla de no caminar sobre el agua, los agujeros en las medias, las canciones de coldplay.
Para algunos las cosas son muy raras, los rostros, las manos de la gente, los teléfonos públicos y el éxtasis de las flores acabadas de cortar. Para otros las cosas son distintas: las eses son fecales y no las quieren escribir.
Estoy de acuerdo con cerrar la boca y volar como los cuervos de esta porquería... estrictamente igual.
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