Ahí va Jesús sobre su cortadora de césped; el sol, tapado por las grises nubes que se colocan entre él y la tierra, no es tan intenso, ha perdido por momentos su espantosa magnitud de carbonizar y hacer despellejar la piel de tipos como Jesús, que se han hecho eco de todos aquellos los que van por ahí sobre su cortadora de césped.
Jesús continúa dando vueltas alrededor, a través de la ventana francesa del comedor de una casa; mis manos se juntan, entrelazando sus dedos y aniquilando sin piedad el espacio en blanco entre ellos, como si una de mis manos fuera de otra persona y no mía, como si a veces despertara colgado de los tobillos de un árbol oxidado, y estando al revés sin poder morir viese a Jesús acercarse brevemente y a todo color, sobre su cortadora de césped, hasta mi rostro, impactando contra él hasta el punto exacto en que el golpe de una cortadora de césped al rostro de una persona puede desbaratarle la vida. Métodos medievales para robar la vida de los seres humanos, si yo fuera dios la sangre sería cyan, el color único de todos los líquidos que nos brotan del cuerpo, inclusive cuando sentimos placer y también al escupir.
Si yo fuera dios habría un abanico de opciones para morir y la gente comprendería la ausencia de los que de repente no están, sentados en una silla mecedora en la puerta de su casa, que tiene aspecto blues, como de Nueva Orleáns.
Los líquidos:
(Filmar el desequilibrio)
“las Especies del Origen”
por: Darles Charwin.
Silencio en el enorme salón, los tiburones que flotan entre ustedes no deberían hacerles daño, ni siquiera deberían aparecer; son frases escritas en la pared, por donde nunca pasa nada.
Si observan cuidadosamente el piso, notarán que es un inmenso espejo en el que estamos reflejados, dentro del enorme salón de paredes color vino tinto, ventanas de marcos blancos e inconsistentes, con vidrios rotos a través de los que sin mucho esfuerzo, vuelan estúpidas las aves, con las patas hacia adelante y la cabeza hacía atrás; son aves oceánicas que vuelan al revés, pues son originarias del otro lado del mundo, donde: técnicamente todos, al igual que los de este lado o sea nosotros, estamos dados vuelta, con los pies donde correspondería que esté la cabeza de los demás.
Miles de simios con ropas diseñadas en Milán, Nueva York y Paris, se lanzan como cerdos por colinas minadas, ante la mirada atónita de todos dentro de aquel enorme salón de paredes color vino tinto y gigantes monitores espontáneos que cautivan la atención de los presentes, de aquellos que no se pueden lanzar, por temor al puerco humano que en silencio y poco a poco se intenta reventar a balazos, a partir del estómago.
Y tu cuerpo, colgando de tus intestinos sudorosos empieza a buscar a dios, en los orificios de su nariz, entre los dedos mutilados de las víctimas de la guerra, convulsiona, se descarta y aplaude como último recurso.
Jesús continúa dando vueltas alrededor, a través de la ventana francesa del comedor de una casa; mis manos se juntan, entrelazando sus dedos y aniquilando sin piedad el espacio en blanco entre ellos, como si una de mis manos fuera de otra persona y no mía, como si a veces despertara colgado de los tobillos de un árbol oxidado, y estando al revés sin poder morir viese a Jesús acercarse brevemente y a todo color, sobre su cortadora de césped, hasta mi rostro, impactando contra él hasta el punto exacto en que el golpe de una cortadora de césped al rostro de una persona puede desbaratarle la vida. Métodos medievales para robar la vida de los seres humanos, si yo fuera dios la sangre sería cyan, el color único de todos los líquidos que nos brotan del cuerpo, inclusive cuando sentimos placer y también al escupir.
Si yo fuera dios habría un abanico de opciones para morir y la gente comprendería la ausencia de los que de repente no están, sentados en una silla mecedora en la puerta de su casa, que tiene aspecto blues, como de Nueva Orleáns.
Los líquidos:
(Filmar el desequilibrio)
“las Especies del Origen”
por: Darles Charwin.
Silencio en el enorme salón, los tiburones que flotan entre ustedes no deberían hacerles daño, ni siquiera deberían aparecer; son frases escritas en la pared, por donde nunca pasa nada.
Si observan cuidadosamente el piso, notarán que es un inmenso espejo en el que estamos reflejados, dentro del enorme salón de paredes color vino tinto, ventanas de marcos blancos e inconsistentes, con vidrios rotos a través de los que sin mucho esfuerzo, vuelan estúpidas las aves, con las patas hacia adelante y la cabeza hacía atrás; son aves oceánicas que vuelan al revés, pues son originarias del otro lado del mundo, donde: técnicamente todos, al igual que los de este lado o sea nosotros, estamos dados vuelta, con los pies donde correspondería que esté la cabeza de los demás.
Miles de simios con ropas diseñadas en Milán, Nueva York y Paris, se lanzan como cerdos por colinas minadas, ante la mirada atónita de todos dentro de aquel enorme salón de paredes color vino tinto y gigantes monitores espontáneos que cautivan la atención de los presentes, de aquellos que no se pueden lanzar, por temor al puerco humano que en silencio y poco a poco se intenta reventar a balazos, a partir del estómago.
Y tu cuerpo, colgando de tus intestinos sudorosos empieza a buscar a dios, en los orificios de su nariz, entre los dedos mutilados de las víctimas de la guerra, convulsiona, se descarta y aplaude como último recurso.
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