Y los chorros de sangre que salen de mi nariz me inundan la habitación y salen por la ventana, haciendo como ver sangrando mi edificio, que ha estado varias veces a punto de morir. Algunos idiotas son cada vez más idiotas; pierden el tiempo... las personas no deberíamos morir, ni acercar cosas extrañas a nuestra nariz... no deberíamos tener nariz.
No deberíamos tener nariz para que no nos haga falta, para no tener que respirar, ni oler, como símbolo sagrado de nuestra nación.
A mi cuando mi madre me escribió; “tu sabes que ese día salíamos a comer y pasábamos juntos”; se me detuvo todo por un segundo, todo se quedó en silencio, muerto en su descontrol: mis labios no parecían ser míos, mucho menos mis palabras, mis amigos, mis canciones. Mis dedos se hinchaban poco a poco, resquebrajándoseles la piel, mis ojos (cuando los abría) y las uñas de mis pies. Fue como millones de detonaciones contra mi pecho (a quemarropa, con unos jeans puestos), mi maldito pecho que atenta contra mi salud, por el humo de los cigarrillos que estúpidamente me fumo, por las veces que caigo como retardado por las escaleras del lugar donde trabajo sin que nadie me haya visto y es que me traicionan los pies cuando camino y las escaleras han sido lo más parecido a la muerte desde hace algún tiempo, a lo largo de mi vida, desde que estoy por morir intoxicado, con gasolina en mis pulmones a punto de estallar. Paso mi lengua por mis labios y cierro los ojos abiertos, para poder olvidar las imágenes que van a la mente de las personas cuando recuerdan; por los que viven, por los que lloran y por los delgados que arden en el infierno, un día de estos van a desaparecer. Esto y mucho más entendí de mi madre, cuando me dijo: “tú sabes que ese día salíamos a comer y pasábamos juntos”
Bebería toneladas de alcohol, mataría a miles de personas, golpearía repetidamente mi cabeza contra los bloques de cemento que conforman la palabra hogar, me pegaría dos disparos en la sien y las personas que, mientras llueve, van saltando una detrás de otra por las húmedas calles asesinas, que componen el otro lado de la ventana que está en mi habitación... y los cables del tendido eléctrico, con sus pajaritos oscuros que bajo la lluvia están a punto de explotar; mueren, las personas.
Tal vez no deberíamos morir, sino pregúntenle a dios. Tal vez no deberíamos morir.
No deberíamos tener nariz para que no nos haga falta, para no tener que respirar, ni oler, como símbolo sagrado de nuestra nación.
A mi cuando mi madre me escribió; “tu sabes que ese día salíamos a comer y pasábamos juntos”; se me detuvo todo por un segundo, todo se quedó en silencio, muerto en su descontrol: mis labios no parecían ser míos, mucho menos mis palabras, mis amigos, mis canciones. Mis dedos se hinchaban poco a poco, resquebrajándoseles la piel, mis ojos (cuando los abría) y las uñas de mis pies. Fue como millones de detonaciones contra mi pecho (a quemarropa, con unos jeans puestos), mi maldito pecho que atenta contra mi salud, por el humo de los cigarrillos que estúpidamente me fumo, por las veces que caigo como retardado por las escaleras del lugar donde trabajo sin que nadie me haya visto y es que me traicionan los pies cuando camino y las escaleras han sido lo más parecido a la muerte desde hace algún tiempo, a lo largo de mi vida, desde que estoy por morir intoxicado, con gasolina en mis pulmones a punto de estallar. Paso mi lengua por mis labios y cierro los ojos abiertos, para poder olvidar las imágenes que van a la mente de las personas cuando recuerdan; por los que viven, por los que lloran y por los delgados que arden en el infierno, un día de estos van a desaparecer. Esto y mucho más entendí de mi madre, cuando me dijo: “tú sabes que ese día salíamos a comer y pasábamos juntos”
Bebería toneladas de alcohol, mataría a miles de personas, golpearía repetidamente mi cabeza contra los bloques de cemento que conforman la palabra hogar, me pegaría dos disparos en la sien y las personas que, mientras llueve, van saltando una detrás de otra por las húmedas calles asesinas, que componen el otro lado de la ventana que está en mi habitación... y los cables del tendido eléctrico, con sus pajaritos oscuros que bajo la lluvia están a punto de explotar; mueren, las personas.
Tal vez no deberíamos morir, sino pregúntenle a dios. Tal vez no deberíamos morir.
No comments:
Post a Comment