Atropellar a Jesús en la iglesia San Marcos:
Todo es verde; al menos desde la parte interior del auto, sus ventanas rotas no han terminado de caer, parecen telarañas de vidrio por romperse en millones de pedazos, muy cerca de mis ojos y de todos los vasos sanguíneos que explotan en mi cuerpo.
Desde pequeño le tuve miedo a las tres de la tarde; recuerdo, en la parte trasera de mi casa, la iglesia de la barriada; un lugar extraño, colmado de personas que se caen y de puertas tenebrosas que muy seguramente no conduzcan a ningún lugar interesante, o tal vez es donde los santos se cambian, cuando los empleados de la iglesia salen a comer. Estoy seguro de que muchas veces algunos de los jesuses colgados de la pared, clavados a una cruz, pudieron pronunciar alguna palabra, o al menos cambiar la dirección de su mirada, mientras la mayoría miraba hacia otro lugar, donde no pasaba nada. Los cuadros en vidrio pegados en la pared, describen de a pedazos el vía crucis, mientras la mayoría miraba hacia otro lugar, donde no pasaba nada. Incluso, el lánguido padre, vestido de blanco y con acento ibérico decía su misa, mientras la mayoría miraba hacía otro lugar, donde no pasaba nada. Y las aves que solían volar fuera de la iglesia continuaban volando, oliendo las carnes podridas dentro de aquel sagrado lugar, donde la mayoría miraba hacia otro lugar, donde no pasaba nada. Tus vasos sanguíneos se dilatan, sin dar marcha atrás, baja tu presión, explotas en pedazos diferentes de los que salen cosas de manera misteriosa, como en una película de jodorowski.
Jesús divaga despacio por el jardín de tu casa, confundido sobre donde caminar de nuevo, por las luces de colores y las flores a cinco mil seiscientos grados kelvin.
Todo es verde; al menos desde la parte interior del auto, sus ventanas rotas no han terminado de caer, parecen telarañas de vidrio por romperse en millones de pedazos, muy cerca de mis ojos y de todos los vasos sanguíneos que explotan en mi cuerpo.
Desde pequeño le tuve miedo a las tres de la tarde; recuerdo, en la parte trasera de mi casa, la iglesia de la barriada; un lugar extraño, colmado de personas que se caen y de puertas tenebrosas que muy seguramente no conduzcan a ningún lugar interesante, o tal vez es donde los santos se cambian, cuando los empleados de la iglesia salen a comer. Estoy seguro de que muchas veces algunos de los jesuses colgados de la pared, clavados a una cruz, pudieron pronunciar alguna palabra, o al menos cambiar la dirección de su mirada, mientras la mayoría miraba hacia otro lugar, donde no pasaba nada. Los cuadros en vidrio pegados en la pared, describen de a pedazos el vía crucis, mientras la mayoría miraba hacia otro lugar, donde no pasaba nada. Incluso, el lánguido padre, vestido de blanco y con acento ibérico decía su misa, mientras la mayoría miraba hacía otro lugar, donde no pasaba nada. Y las aves que solían volar fuera de la iglesia continuaban volando, oliendo las carnes podridas dentro de aquel sagrado lugar, donde la mayoría miraba hacia otro lugar, donde no pasaba nada. Tus vasos sanguíneos se dilatan, sin dar marcha atrás, baja tu presión, explotas en pedazos diferentes de los que salen cosas de manera misteriosa, como en una película de jodorowski.
Jesús divaga despacio por el jardín de tu casa, confundido sobre donde caminar de nuevo, por las luces de colores y las flores a cinco mil seiscientos grados kelvin.