Thursday, July 26, 2007

Tinnitus

Mentiras verdaderamente crueles, escuchas lo que digo?
Sonidos juegan con tu mente, yo opino que deberías dormir nena, hay cosas feas volando por la habitación y creo que no sobreviviré, así que mejor no abras los ojos y mañana cuando despiertes, a pesar de estar muerto, sonreiré, porque no sabrás cómo ellos me degollaron y arrancaron mis entrañas mientras dormías y yo gritaba, fuerte, muy fuerte y tú no me escuchabas. Tiraron mi pellejo en un río con animales muertos y aerosol. Arrancaron las uñas de mis pies, una a una, yo moría, gritaba y tu no me escuchabas. Pero eso, muñeca, no me causo el más mínimo dolor comparado con el momento, en que despojaron mi mente de mi cuerpo y me robaron mi canción, esa que tanto nos gustaba y que mientras yo moría, sonaba. Claro, tu no la escuchabas.

No existo, pienso.

Me contaste muchas veces sobre los agudos sonidillos que te azotaban las ideas, yo me entendía entre canciones de rock ácido y un poco de yerba para liberar mi tensión, uno nunca sabe cuando puede llegar el final. Siempre está cerca.

Desnudos, compartimos mi extraña manía de correr abiertamente de ideas, alas demoradas y un poco de penicilina, eso último por mi fatalismo absurdo y abstractas creencias religiosas. Inexistentes.

Más allá de tu aparente apariencia y tus cosas de colores, sabemos que eres un poco más de esos colores que reflejas, no estamos lo suficientemente locos para entenderte, por desgracia. Juro haberte pensando, y en tu inmanencia en mi. Es mejor alucinar con algún caballo, cuyas herraduras no dejen rastro, ni huellas de sangre; cuyos cabellos brillen, incluso en el infierno. Están listos, están realmente preparados?

Conejitos que vomitan chicas:

La señora conejo marta, bebía su cálido té, y el veneno en este, penetraba, vulgarmente, sus pensamientos; y desequilibró sus inclinaciones vitales. Necesitó vomitar muchachas. Su hijo se sintió feliz al ver a su madre muerta, rodeada de pequeños cuerpecitos de chicas, del tamaño de una sardina, que nadaban en asquerosas babas nauseabundas. Las pequeñas chicas se levantaban y se miraban entre sí, y al reconocerse vomitadas, de asco pensaron morir, pero antes de hacerlo no pudieron evitar vomitar: pequeños caballitos de mar, que salieron volando de colores pasteles y un ojo blanco y negro.

El hijo de la señora conejo marta, estaba en su habitación mientras el veneno, en el té de su madre, lo liberaba para siempre de las tribulaciones.

Siempre anheló no ver a su madre, pero desde entonces, cada maldita noche, la señora conejo marta, en forma de cucarachas se acerca a la habitación de su hijo, para morderle desesperadamente los pies.

Su hijo sufre, el río no ha parado de correr y a pesar de que me siguen torturando y no paro de gritar, tu duermes, como una linda princesa, no me escuchas. Eso, jodidamente, no es lo peor. Lo peor es que a pesar de que el tiempo sigue corriendo y yo permanezco vivo y sin morir, recuerdo que hay un sonido que no puedo recordar, pues me han robado mi canción, la que solíamos bailar, aquella que en las noches, mientras dormías, no escuchabas. Desde entonces sigo desnudo, sentado en una silla roja, en una cuadrada habitación celeste con un teléfono en la pared, del mismo color que tiene la silla y las manchas en el piso, dibujadas junto un chuchillo de metal borroso. Si tan sólo pudiera recordar que fue lo que olvidé, porque estoy seguro de haber olvidado algo.

Suena el teléfono, intento levantarme, el cuchillo en el piso se mueve bruscamente sobre su propio eje... yo dudo en atender, miro el teléfono rojo, el cuchillo me mira fijamente a los ojos, con cautela. Las manchas rojas en el piso se acercan a mis pies, y desde el suelo fluyen hasta mi boca y a una herida en mi barriga, que no sé como apareció.

El teléfono sigue sonando.

Jhn.




Ps: “sólo existimos y mientras vivimos, vamos aprendiendo de los demás humanos que han inventado cosas abstractas, desde Dios hasta la existencia de una naturaleza humana previa.”

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