(goddamnit)
juraría haber sentido la sangre correr por mi espesa música, mientras la observaba desvestirse frente al espejo. su piel quitaba y casi sin respirar, susurró: “todo está bien”
muy pocas veces logré apreciarla como ese día, era mucha la luz que casi la calcinaba, a ella y a mis incrédulos ojos vagabundos que gritan “woooooooo” cuando se desorbitan, en ocasiones turbias y desalentadoras.
no puedo culparla por todas las cosas que no hizo, tampoco puedo disculparla por echarme al averno, desnudo y sin comida. en sus balas, más allá de perdición, trajo gloria, la misma gloria de sentirte sin refugio y atacado, estrategias estancadas y calzoncillos rotos que dejan enfriar tus segundas opiniones. yo también creí entenderlo todo. estaba todo bien.
sus ojos descosían mi piel buscando mi esencia, para saciar sus deseos de ver. sus manos rastrillaban mi espalda, dejando caer las semillas de un amor envenenado que poco a poco crecería. hasta el infinito cielo. yo no podría morir jamás; mi condena: sufrir del desenlace, inmóvil y aferrado a una idea que flota y se desvanece.
siempre vestía de rojo, porque es un color apasionante, lleno de vida y de dolor. nunca imaginé perderla, no de esa manera, desperté muy tarde del inmovilizante hechizo, gritando, gritando.
se detiene mi respiración, en los aires los pájaros explotan: boom! y los pececillos que andan en el agua, se mueven de manera irregular.
tus besos envenenados interpolan su amplitud terapéutica en mi cerebro y el no poderlos ver venir me hace llenar la tina de agua; entonces pierdo mi tiempo ahogándome, descontrolado, pensando en las cosas que diré si logro sobrevivir a tus efectos, embrujados hechiceros y tambores misteriosos que parecen llorar. el tiempo pasa, aunque las agujas parecen no moverse, siento sus palabras al pedirme perdón por no poder evitar su traicionera naturaleza de ladrón.
es extraordinario pensar que cada sonido que provocas al gemir, tenga el anestésico plus de plásticas imágenes que se derriten al calor y colores melifluos que a veces crees escuchar.
ella tomó mi mano una vez más, cada noche lo hacía, para saciar su soledad, no la mía. me estrujó hasta la gangrena y detono su revólver en mi cara. aún así esperaba que mi rostro no estuviese totalmente desbaratado y regado por toda la habitación, o en el auto... o en la colina, no sé dónde estábamos.
la noche parecía no querer aparecer y yo que tanto la necesitaba comencé a dormir, por mi insulsa ansiedad y esas enfermedades de carácter cardiovascular que me autoataño cuando estoy aburrido. sé que no tiene relación, pero ahora pienso en el dinero y en todas las cosas que no podré comprar, lo siento, se me pierde el papel para escribir y mis manos, que han dejado de sangrar, se deshacen como gotas de mar y el papel separan de la tinta; y la tinta con que pintaba en letras sus historias, se pierde para siempre con las palabras que usurpó.
y allí voy yo, sonriendo y sin tener la más puta idea de dónde estoy. duele mucho, pero todo está bien.
johnnieless
muy pocas veces logré apreciarla como ese día, era mucha la luz que casi la calcinaba, a ella y a mis incrédulos ojos vagabundos que gritan “woooooooo” cuando se desorbitan, en ocasiones turbias y desalentadoras.
no puedo culparla por todas las cosas que no hizo, tampoco puedo disculparla por echarme al averno, desnudo y sin comida. en sus balas, más allá de perdición, trajo gloria, la misma gloria de sentirte sin refugio y atacado, estrategias estancadas y calzoncillos rotos que dejan enfriar tus segundas opiniones. yo también creí entenderlo todo. estaba todo bien.
sus ojos descosían mi piel buscando mi esencia, para saciar sus deseos de ver. sus manos rastrillaban mi espalda, dejando caer las semillas de un amor envenenado que poco a poco crecería. hasta el infinito cielo. yo no podría morir jamás; mi condena: sufrir del desenlace, inmóvil y aferrado a una idea que flota y se desvanece.
siempre vestía de rojo, porque es un color apasionante, lleno de vida y de dolor. nunca imaginé perderla, no de esa manera, desperté muy tarde del inmovilizante hechizo, gritando, gritando.
se detiene mi respiración, en los aires los pájaros explotan: boom! y los pececillos que andan en el agua, se mueven de manera irregular.
tus besos envenenados interpolan su amplitud terapéutica en mi cerebro y el no poderlos ver venir me hace llenar la tina de agua; entonces pierdo mi tiempo ahogándome, descontrolado, pensando en las cosas que diré si logro sobrevivir a tus efectos, embrujados hechiceros y tambores misteriosos que parecen llorar. el tiempo pasa, aunque las agujas parecen no moverse, siento sus palabras al pedirme perdón por no poder evitar su traicionera naturaleza de ladrón.
es extraordinario pensar que cada sonido que provocas al gemir, tenga el anestésico plus de plásticas imágenes que se derriten al calor y colores melifluos que a veces crees escuchar.
ella tomó mi mano una vez más, cada noche lo hacía, para saciar su soledad, no la mía. me estrujó hasta la gangrena y detono su revólver en mi cara. aún así esperaba que mi rostro no estuviese totalmente desbaratado y regado por toda la habitación, o en el auto... o en la colina, no sé dónde estábamos.
la noche parecía no querer aparecer y yo que tanto la necesitaba comencé a dormir, por mi insulsa ansiedad y esas enfermedades de carácter cardiovascular que me autoataño cuando estoy aburrido. sé que no tiene relación, pero ahora pienso en el dinero y en todas las cosas que no podré comprar, lo siento, se me pierde el papel para escribir y mis manos, que han dejado de sangrar, se deshacen como gotas de mar y el papel separan de la tinta; y la tinta con que pintaba en letras sus historias, se pierde para siempre con las palabras que usurpó.
y allí voy yo, sonriendo y sin tener la más puta idea de dónde estoy. duele mucho, pero todo está bien.
johnnieless
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